Autor Salvador Moreno Valencia
Algunas veces me gustaría no decir nada, ni escribir nada
sobre el mundo y la mierda que en él hay, intento alejarme de esos pensamientos
escribiendo relatos fantasiosos, pero una sola mirada a mi alrededor, y ya
sucumbo, una sola mirada a la prensa y, de nuevo, sucumbo, una sola mirada a mi
alrededor y tanta injusticia me supera, y luego pienso un poco, y me digo: “No
hay nada que hacer, el mundo está podrido, la humanidad ha fracasado”, pero no
me dejo vencer por el desaliento que producen todas esas imágenes de injusticia
y esos actos de hombres perversos y
malvados cuyos fines son ruines, deleznables y terribles; y me digo: “No
importa que seas un iluso, o un ingenuo que cree todavía en las personas, que
espera que un día podamos mirarnos cara a cara sin reprocharnos nada, sin
odios, sin envidias, sin maldad, y que podamos juntos construir un mundo nuevo,
un mundo mejor”.
Pero otra vez una mirada a mi alrededor, a la prensa etc. y
vuelve el desaliento a cabalgar por mis venas como un caballo desbocado que
golpea con sus atroces patas mi corazón cansado, mi cabeza embotada de
tanta injusticia, de tanta maldad, de
tanta ignominia.
Entonces camino mirando el mundo que hay ahí, que gira junto
a mí, que se balancea en la línea frágil que nos separa de todo, y de todos,
que nos muestra su crueldad de monstruo de cien cabezas cuyas fauces están
dispuestas a devorar la belleza. Y es entonces que escribo relatos como este:
-Ei, Jim, ¿recuerdas la primera vez que nos vimos?
-Vagamente.
-Pero, Jim, no digas eso, ¿una palabra como esa es todo lo
que te queda de aquel día?
-Vagamente, más o menos.
-Ya, Jim, pero… bueno…
-¡Habla de una vez! ¿O te has tragado la lengua?
-No, Jim, lo que pasa es que me entristece un poco tu
repuesta: Vagamente.
-¡Chico! No te aflijas que no hay para tanto.
-Ya, Jim, pero… ¿sabes?, uno tiene su corazoncito.
-¿Para que la vida o gente como yo te lo destroce?, ¡no seas
idiota!
-Ya, Jim, pero es que yo recuerdo aquel día como un día
extraordinario y…
-Y yo lo recuerdo vagamente, y te repito que ese día no fue
para mí más que otro día, sin más.
-Sí, Jim, pero… quizás… al menos… albergaba…
-No albergues nada y ven aquí, deja el dinero encima de la
mesilla de noche, y al-verga lo que
has venido a meter dentro de mí.
-Ya, Jim, te veo un poco tensa hoy… así que… aquel día…
-Sí, vagamente, sí, eso es lo único que recuerdo y que no
fuiste el primero, ni eras el último, ni el único de mis clientes aquel día.