Letras tu revista literaria

sábado, 9 de marzo de 2013

C y las caricias del sueño




I

X y A se hicieron amigas
porque yo andaba con C y
una amiga suya
despiadada e insatisfecha.

Estuvimos todo el día en aquel bar,
bebimos, bebimos,
algunos, incluso, comimos.

El vino comenzó a poner
gotas brillantes en algunos tejados;
al mío se subió temeraria
una veleta con forma de flor;
pero otras (veletas), en forma de gallinas
deshojaron sus trémulos
pétalos rojos.

II

A C la conocí en la calle;
iba algo perdida
se dirigió a mí
y preguntó dónde estaba
tal calle.

En ella estamos, respondí.
Voy al número 13 dijo C
y yo, sorprendido, dije:
yo también voy al trece.

C, sin salir de su asombro preguntó:
¿Vamos juntos?
Sí, ya que vamos, vamos, sonreí yo.

III

No me quedé con C
decidí gastar mis últimos
cartuchos
de bar en bar
observando como un degenerado
pervertido
a niñas monas de catorce años
vestidas como prostitutas
en alguna ocasión, icluso,
conseguí llevarme a la cama
a alguna de diecisiete.

Pero, no, no nos quedamos C y yo;
nuestra relación se limitó
a esporádicas cartas vía email, y
a vernos una vez cada dos años.

C, viajaba…, yo tras tanto navegar
y naufragar
llegué a puerto firme
y ahora soy un náufrago
rehabilitado.

IV

¿Qué hubiera sido de nuestras vidas?
Sí, la de C y la mía…, es ridículo pensarlo.
La vida es un continuo ir y venir,
un girar eterno en el que siglos antes
o siglos después,
C y yo quizá volveremos a encontrarnos.

Somos viajeros errantes
en estas dimensiones conocidas,
pero sabemos el secreto,
conocemos la puerta por la que se sale de ellas.

V

Vestido estaba el ocaso,
al alba, más tarde, cantaron
unos republicanos
en la casa del Che;
un poeta y un periodista
se largaron con A y X.

La amiga insatisfecha y despiadada de C
compró algunas anfetaminas
y se piró con el camello que se las vendió.

Yo desperté en un coche desconocido,
allí tan sólo estaba yo, bajo un árbol que me cobijaba
con su frondosa sombra,
y el recuerdo imborrable de la presencia de C
que se mostraba como un espejismo.

VI

Subí las escaleras del otoño
y bajé raudo hacia el agujero
del frío invierno
donde me refugié
en los brazos de la madurez
de E.

Luego las flores despertaron
del letargo y el hechizo
rompió la llave
del corazón de E.

Volví a bucear
en las oscuras y vacuas
aguas de la calle, de los bares
y de las ausencias
donde seres femeninos extendían
sus brazos hacia mí
como lujuriosas arpías
dispuestas a devorarme.

VII

C, volaba en aquel momento
hacia algún país exótico
cobrando su óbolo de azafata.

Yo, planeando a ras de suelo
fui a aterrizar, casi sin voluntad,
desequilibrado por los hechizos
del dios Baco,
a los brazos de L.

Un gato ronroneó, una tarde,
en el alfeizar de alguna ventana,
luego, el desequilibrista por equilibrar,
abrió la puerta y la gata que maullaba
en ella entró para arrancarme
a zarpazos mi maltrecho corazón.

VIII

Y C seguía volando
de isla en isla
cobrando su óbolo de azafata.

Una tarde, estando ya
en mis primeros escarceos
con Baco, ya ebrio
y esperanzado,
C se hizo tan real como mis ojos,
mis labios o mis manos
que se abrieron para abrazarla.

C ya soñaba
en el corazón del hombre
que a su lado estaba,
un tal T.

I venía por las tardes
tomaba café con sus amigas
y me miraba, o más bien,
me devolvía las miradas
que yo le ofrecía: lascivas,
iracundas y plenas de pasión
como gatos en celo escupiendo
maullidos y arrumacos
provistos de sus armas
al filo de un tejado.

Volé por una tarde
en los brazos de I,
luego, más tarde
cuando la línea del horizonte
tendió su lazo infinito
sobre los cuellos de ilusos amantes
I se esfumó como lo habían hecho
Antes todas mis amantes.

X

C seguía volando y
cobrando su óbolo
de azafata.

Yo caí en picado
con el único motor, que tengo,
roto, sobre los pechos
dorados y tersos de M
que me enseñó
que la lujuria no es un pecado
sino el mayor de los placeres.

Desperté dos días más tarde
quizá tres, en un coche desconocido
bajo un árbol cuya frondosa
sombra me cobijaba,
con la impresión
de un momento vivido con C
y las caricias del sueño.

Más tarde, vino R a rescatarme con su Amor.
Pero alguien, de repente,
soltó al monstruo
que todo lo devora…


Del poemario Amante cibernética, inédito y sin concluir, escrito por Salvador Moreno Valencia