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Emilio .
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Tais y la leyenda del
farol nórdico
La mariposa extendió sus
alas y entre la transparencia
de sus formas se dibujó un minotauro. El sol inclinó la balanza hacia la noche
y él le dijo: Deberíamos dejar la pistola en algún lugar- ella pestañeando como
lo hacía cuando se encontraba nerviosa respondió:- Mejor la dejamos en una
incineradora de basuras- al decir la última palabra cerró los carnosos labios y
moviéndolos levemente hacia el exterior escupió un beso lleno de pasión.
Se
estaba retrasando demasiado, pensó Adela mientras destripaba una dorada; sí, se
está retrasando más de lo acostumbrado, volvió repetirse en un monólogo
interno. Ya sé que normalmente se pasa por el bar y allí se toma un par de
vinos con sus amigotes, sí, los de la oficina, pero eso a lo máximo son dos
horas, pero seis o siete como es la ocasión nunca, algo ha debido de pasarle.
La dorada quedó despedazada abierta en canal y preparada para ser adobada;
Adela se lavó las manos y nerviosa las secó y con temblor de dedos sacó un
cigarrillo, se lo llevó a la boca, lo encendió y aspiró hondamente. ‘Son muchos
años, siempre la misma rutina, los mismos retrasos, dos horas a los máximo’, se
dijo y volvió a mirar el reloj y luego por la ventana. Tenía que hacer algo,
iría al bar, sabía que esto le costaría una buena bronca porque a Emilio no le gustaba que su mujer anduviera por ahí
buscándolo.
‘Espero
una hora más si no viene iré a buscarlo a pesar de que le siente mal’ volvió a
pensar y abrió la nevera, sacó una botella de vino y se sirvió en un vaso de
los que a Emilio le gustaban.
La
incineradora estaba a las afueras de Pollkiti, a unos siete kilómetros, en una
valle que olía a podredumbre y en el que una gasa de humo parecía invadirlo
todo, dando al paisaje un aspecto tétrico, más bien terrorífico. Por el camino
se vieron las luces de un auto que se acercaba lentamente, el guardia de
seguridad se arrellanó en la silla de la garita desde la que se veía la
carretera y el camino que llevaba hasta la puerta del basurero, y pensó: ‘otra
pareja que se lo va a pasar en grande’. Muchas veces jugaba a adivinar lo que
harían aquellas parejas que por el camino se dirigían al descampado que hay
unos metros más abajo de donde acaban las tierras de la incineradora. Claro
que, acostumbrado él a los fétidos olores, no se le ocurría pensar en cómo
aquellas parejas podían soportar aquel hedor. Y se dejaba llevar por la
imaginación llegando, a veces, al éxtasis, tanto, que incluso, en varias
ocasiones, sitió la calidez de la eyaculación bajándole hacia la pierna. Cuando
esto ocurría se levantaba metiendo la mano en el bolsillo para evitar que el
pantalón se le mojara y se introducía en el baño.
Pero
esta noche no tiene la cabeza en fantasías sexuales sino en el fútbol que están
dando por televisión y se abstrae de su entorno metiendo la cabeza en el partido,
gana el Euseb de Dontic por dos goles al Asbe de Lantac, y todavía queda más de
media hora del segundo tiempo.
-Te
lo dije imbécil, no ves que la incineradora está vigilada- dijo Agnes sentada
en el asiento trasero mientras desalojaba de pertenencias una bolsa de viaje.
-Qué
listas sois las mujeres- respondió malhumorado su compañero que conducía con
parsimonia como si el tiempo fuese su cómplice-; a la primera de cambio ya
estáis poniendo pegas, pero cuando las cosas van bien, bien que os echáis los
meritos.
-Tú
qué sabrás de mujeres estúpido- respondió desagradablemente Agnes-, lo que
tienes que hacer es deshacerte de la pistola y del fiambre, a los dos los
echamos a la incineradora y santas pascuas.
El
Asbe de Lantac había empatado el partido, el guardia se puso furioso por el
resultado, no en vano era fanático seguidor del Euseb de Dontic, tanto que,
incluso, cuando podía, iba al campo con los pellejos
sangrientos que era el grupo más violento que dejaban entrar en los
partidos, cosa que nadie entendía porque estos, en cada partido, arrasaban a su
paso golpeando a todo aquel que se pusiese en su camino.
El agente de seguridad se levantó gritando y se dirigió al baño.
El agente de seguridad se levantó gritando y se dirigió al baño.
En
el camino el auto había detenido su marcha y apagado las luces, Piero bajó con
la pistola en la mano, le dijo a Agnes que esperase allí tranquila y por nada
del mundo se moviese.
-Aquí
no me quedo con este fiambre- dijo resuelta a salir. Piero la detuvo y le puso
la punta del cañón del arma sobre sus carnosos labios. Agnes entendió que mejor
sería quedarse, aunque tuviese que acompañar al cadáver que parecía haber
comenzado a descomponerse.
-¿A
cuánto tiempo se descompone un pringado?- preguntó intentando poner algo de
humor al momento.
-¿Quieres
comprobarlo por ti misma?- respondió Piero con su sonrisa cínica.
La mariposa volvió a
extender sus alas y un minotauro se dibujó sobre el polen que flotaba en la
noche. Adela tras haber esperado más de doce horas y haber fumado casi dos
paquetes de tabaco, decidió salir en busca de Del libro de relatos dosmásuna. Comprar el libro: http://www.bubok.es/libros/16898/dosmasuna