Letras tu revista literaria

lunes, 30 de abril de 2012

ENTREGA DE UN EJEMPLAR DE ASÍ EN EL CIELO

Ha llegado el día 30 de abril, y como lo prometido es deuda todos los seguidores de este Blog podéis descargaros aquí Así en el cielo.

Muchas gracias por seguirme y leer mis post.
Un saludo.
Salvador Moreno Valencia
Escritor
http://alvaeno.com/salvabiografia.htm

viernes, 27 de abril de 2012

Ciudad desconocida

Fotografía E. de Juan

Deseos incumplidos, pasiones muertas.

Una manita frágil de niño de dos años
toma la mía y a ella se aferra como buscando algo.

A lo lejos, lejos, muy lejos
en un gris y viejo horizonte
llueve, sigue lloviendo.

Llueve sobre la vida
sobre el hombre
sobre la mujer herida
sobre el mundo.

El viento susurra y el tren promete llevarme a una ciudad desconocida.

jueves, 26 de abril de 2012

CAPÍTULO VII DE "ASÍ EN EL CIELO"

Próximo capítulo el lunes día 30 de abril de 2012 y ENTREGA DEL LIBRO EN FORMATO DIGITAL EN TU BUZÓN DE CORREO ELECTRÓNICO.

Vean como divago. En fin, que aquella satisfacción duraba lo que un coito, hablando en términos generales, aunque lo de generalizar no sea lo correcto, sobre todo un polvo realizado por alguien que lleva tiempo sin practicar el acto sexual, ya sabes que el de la defecación es de una frecuencia que ya quisiéramos para los coitos. Resulta tan fugaz y el placer se desvanece tras una eyaculación tan precoz que con toda seguridad ha regado, como lluvia de verano, rápida y voraz, el pubis peludo, velludo, pelado, rapado, de la que yace insatisfecha por no haber olido ni de lejos el orgasmo.
Dejo las divagaciones y sigo donde estábamos. La camioneta anaranjada óxido estacionó en la acera frente al lugar en el que yo me encontraba observando el paso de la gente, de los automovilistas y de toda esa variopinta caterva de personajes, cada uno yendo hacia algún lugar determinado o viniendo o buscándolo. Introduciéndose en la malvada máquina de consumo que los acecha por todos los rincones del planeta. Y me viene a la memoria un anuncio, no voy a divulgar la marca de lo que se anunciaba en él, había imágenes y unos frases subtituladas que traducían lo que una voz en off y en otro idioma estaba narrando; era algo así: “Esos creen que son libres yendo a sus trabajos cada día, a sus fábricas; para poder pagar sus hipotecas, sus coches, sus viajes, sus estudios... Pero en realidad no lo son, aunque las empresas que los emplean les obsequien con quince días de vacaciones o treinta al año, no, no son realmente libres, porque ellos les dicen lo que tienen que hacer, cómo vestir, cómo andar, qué lugares frecuentar, qué bebidas tomar, qué comidas comer... Va a ser un reto, realmente duro”.
Ya no me voy más por las ramas y veo la camioneta oxidada que estaciona, que al hacerlo rompe una de esos aparatos que sirven como surtidor de agua para los bomberos en el caso de que se produzca un incendio, y el agua comienza a brotar como si fuera un geiser, pero en éste en particular el agua brota fría y sube y llega a una altura de unos diez metros. De la camioneta bajan dos personas, una, por su apariencia, aunque me impide, la distancia y con ello mi miopía, distinguir, con absoluta claridad, sus rasgos, es una anciana, y, digo anciana porque la miopía que sufro no me impide distinguir una vestimenta de otra, tampoco me impide ver la forma de caminar; otra cosa es que luego las apariencias engañen, eso ya es sabido, aunque en los tiempos que vivimos esa frase o dicho tiene menos valor que un billete de diez euros por no decir de diez dólares. La otra, por su aparente estatura y corpulencia es sin duda alguna un joven, un hombre joven. Lo que sí pude distinguir sin lugar a dudas fue un peculiar rasgo que era idéntico en ambos personajes, una nariz aguileña que se aventuraba unos centímetros delante de las mejillas, como un telescopio o periscopio, en el caso de hallarse en uno de esos submarinos donde varios metros por debajo de agua puede verse el horizonte en la superficie donde las olas siguen ajenas al tránsito de esos pesados peces de metal que van dejando su huella, ineludible huella de contaminación sobre las limpias aguas de los océanos.
Aquellas narices se adelantaban olfateando el camino, que a sus propietarios, aún, les quedaba por recorrer. Las narices avanzando. Subiendo la escalera de seis escalones, traspasando el umbral y luego la puerta de entrada de la comisaría de aquel pueblo. El mismo que hemos descrito donde una única calle hacía su labor de daga para atravesarlo y digo daga porque en su parte final, conforme se sale hacia el sur, se curva la ancha calle y se dirige por unos instantes hacia el este y luego como si la misma punta de daga tuviese una rotonda allí, ya en las afueras del pueblo, un semicírculo nos pone de cara al suroeste y así podemos ver que la carretera se pierde en una infinita recta que se fuga con sus dos líneas paralelas en un lejano horizonte.
Lo que en el interior de la oficina del sheriff Cesáreo iba a acontecer lo sabría yo días más tarde. Realmente lo que allí iba a ocurrir no era más que el inicio de mi aventura y la razón por la cual estoy relatando sobre el hecho en concreto, a pesar de mis divagaciones.

Continuará próximo capítulo el lunes día 30 de abril de 2012 y ENTREGA DEL LIBRO EN FORMATO DIGITAL EN TU BUZÓN DE CORREO ELECTRÓNICO.



Así en el cielo novela de Salvador Moreno Valencia: http://www.alvaeno.com/asienelcielo.htm

martes, 24 de abril de 2012

CAPÍTULO VI DE "ASÍ EN EL CIELO"

No fui yo el único que lo hizo y no precisamente por determinación propia, no, sino motivado por el reguero de sangre que aquel dictador estaba dejando por todas la tierras de aquel país donde vine al mundo; a éste terrible e infumable desierto de seres humanos sumidos en la desgracia del anhelo y los deseos frustrados y del vivir cada día. Aunque hay algunos que pregonan teorías sobre la positividad y la esperanza, creo que un escritor premio Nobel de literatura, evidentemente, dijo algo sobre la crueldad de los hombres. Dicen que los cambios y los viajes enriquecen al hombre, en eso estoy de acuerdo, pero lo hacen cuando es el hombre quien decide los mismos, no cuando se ve obligado a emprender un viaje sin retorno dejando a sus seres queridos, si los tiene, tras de su estela, también esta forma de viaje enriquece sobre todo en el sufrimiento. ¿Las necesidades diferencian a los viajeros?

El caso es que entre un Licinio y otro lo único que los asemejaba era el nombre que con toda seguridad no era, lo que se dice, realmente corriente. Porque a qué padre o madre se le puede ocurrir cargar, con la desgracia de llamarse Licinio u Olegario, a un hijo, por citar un ejemplo, quizá el portador al cabo de oírlo durante toda su existencia se acostumbra e incluso le parecerá un nombre bonito.

A mí me parece gracioso. También me recuerda a Plinio, el viejo, un divertido señor que murió por salvar a sus prójimos, aunque no es esta la hazaña que más se debería nombrar sino la de haber sido escritor, científico, historiador, político...

Estando yo dispuesto a entrar en acción como va el ciervo, en época de berrea, y se lanza encarecidamente de cuernos contra su rival en la lucha desesperada por la realización del coito, y, con ello, perpetuar la especie; lucha encarnizada, encabritada… Ahí me encontré sin comerlo ni beberlo o sin cortarlo ni pincharlo, observando la escena que ya he contado algunas líneas más arriba o más atrás decida el lector el uso y abuso de la frase que va a decidir si era más atrás o más arriba, el caso que líneas antes he descrito la imagen; una vieja y destartalada camioneta, en la que prevalecía el color naranja sobre el óxido, se detenía frente a la cafetería a la que instantes antes acababa de entrar para disponerme a zamparme un par de donuts recién hechos (al microondas) y un espeso y humeante tazón de chocolate.

Sabiendo el resultado que la ingestión de aquel bárbaro desayuno me iba a deparar. Y el resultado, no era otro (como cada mañana desde que descubrí el antro en concreto), que salir corriendo hacia el excusado, wc, letrina, retrete, taza turca o más sofisticadamente el baño, aunque no tuviera la intención, de bañarme, precisamente, sino todo lo contrario. Por grotesco que parezca, me cagaba a chorros y ese ejercicio lo realizaba todas las mañanas como ya he dicho desde que encontré el tugurio. Algo de masoca tenía tal acción; pero qué placer es sentir el retortijón y luego, tras la espera adecuada, exacta, de lo contrario las consecuencias hubieran sido nefastas. Sabiendo el tiempo que se tarda en recorrer la distancia que existe entre el lugar donde uno se encuentra sentado y el dichoso excusado se aguanta hasta el que sabemos que es el último retortijón, el que precede la inminente expulsión en forma de pedorrera con la satisfacción que se asemeja a la de un orgasmo, al menos a mí me lo parece así. Una vez sentado sobre la taza del inodoro se me ocurrían una serie de pensamientos o ideas como por ejemplo: pensaba en los de sangre real, es que ellos no cagaban, es que ellos no tenían necesidades fisiológicas, y con ellas disfrutaban igual que cualquier hijo de vecino. O es que se permitía en cualquier novela hablar de sexo, en cualquier película se veía a la gente follando pero en muy pocas ocasiones se las veía cagando, no era eso un acto igual de sano que los demás, quizá es el acto más sano que exista, pues es sabido que de no defecar en condiciones la muerte se aproxima con una diligencia indiscriminada.
Continuará próximo capítulo el jueves día 26 de abril de 2012

Así en el cielo novela de Salvador Moreno Valencia: http://www.alvaeno.com/asienelcielo.htm

viernes, 20 de abril de 2012

Gritos en el tejado (El poema de los viernes)



Gritos en el tejado, sobre el suelo, quizás un cadáver distorsionado.

Hombre siniestro cuchillo en mano
mujer llorando en las esquinas del tiempo.

Recorro un mundo de aristas y precipicios
montando en bicicleta caigo al abismo
mis piernas desnudas se aferran como lapas.

Al agua, a la piedra, al barro…
El tren promete llevarme lejos, lejos, lejos…
Hasta el corazón del olvido
en una ciudad incierta donde ella habita.

Gritos en los tejados como fieras devorando cadáveres.

miércoles, 18 de abril de 2012

CAPÍTULO V DE "ASÍ EN EL CIELO"

Me encontraba aquella mañana por allí, entre otras cosas porque tenía una cita con uno de mis clientes. Ha decir verdad era el único cliente que tenía en mucho tiempo. Y además frente a la comisaría existía un lugar donde yo podía permitirme tomar un desayuno digno, bueno, era el único lugar que había por el momento, el mismo que servía de reunión, para los hombres, tras el oficio vespertino.

La ventaja de ser un divagador nato es que uno posee una imaginación desmesurada, tanto que a veces se miente, más bien diría se inventa sin coherencia pero con propia improvisación y en otras ocasiones se pierde el sentido de la realidad y no se sabe dónde ocurrió esto o aquello.

Mi único cliente era un hombre bajito de ojos acaramelados, lucía, sobre la comisura de su labio superior, un triste bigote que hacía compañía a su no menos triste sonrisa y a su melancólica mirada, que a mí se me antojaba como la de una de esas vacas que lo miran a uno cuando pasa cerca de ellas en el prado, donde pastan absortas al mundo que las rodea; sí; esa era la mirada de mi queridísimo y único cliente, el que me habría de sacar de aquella mala racha que duraba casi seis meses. Que cómo sobrevivía, muy fácil; iba dejando un rastro de ronchas por todos los lugares donde se me conocía que no eran, precisamente, muchos, pero sí, los suficientes para ir tirando; así y con un par de chapuzas me las iba arreglando y sobre todo con la inestimable ayuda de mi querida secretaria, que debido a su gran corazón, lleno éste, además de sangre y músculos, de una gran bondad, por la que ella sacaba de su otro trabajo algo de ayuda, convencida de que pronto mi empresa de detectives iba a ir hacia adelante.

Vuelvo a divagar y eso es algo que me afecta como una enfermedad crónica. Estaba diciendo que cinco minutos antes de que abuela y nieto se encontraran frente al sheriff yo pude verlos llegar en su ruinosa chatarra con ruedas, ya que me encontraba sentado junto a uno de los ventanales de aquel café, tienda, único en el pueblo.

Pronto mi atención fue atraída por la llegada del hombre que parecía el trío de las tristezas por su lánguida mirada, por su mueca en los labios que no llegaba a ser sonrisa, pero tampoco asco, como esos pucheros que los niños hacen cuando se debaten entre el retortijón de barriga que les molesta y la alegría que les produce el desprenderse de ellos con un aireado pedo.

Así era mi cliente, pequeño y triste, pero a ratos alegre, tenía repentinos cambios de humor, él me confesó, que eran debido a que se acordaba de su linda mujer y de cómo la conoció y eso le colmaba de alegría. Y como había algo que no me aclaraba su otro estado de ánimo, no pude evitar hacer la pregunta.

 -¿Y cuál es el motivo por el que se entristece?- el pequeño hombrecillo se enrojeció y vi la cólera en su chispeantes ojos color pardo; me respondió sin titubear con un tono de odio en sus palabras, si no era odio era un sentimiento similar, quizá resentimiento.

 -¿Acaso cree que estaría aquí hablando con usted perdiendo mi preciado tiempo y pidiéndole que dedique el suyo y su profesionalidad a ayudarme si no fuera por esa tristeza?

 -¡Bueno no se altere!- le dije yo sin más, no obstante no podía perder a aquel que de momento era mi único cliente, como ya he dicho.

Y no es del todo seguro que él, Licinio como me dijo que se llamaba, se dejara su dinero en mis servicios si yo andaba con bromas al respecto. Porque en realidad si no hubiera sido por lo que me afectaba, me hubiera reído en sus narices por cabrito. Claro que, una vez que acepté el trabajo, por supuesto él lo permitió al darme el cincuenta por ciento por adelantado, conocería a la que era protagonista y motivo de las dudas que traían a Licinio por la calle de la amargura y digo que en eso tenía razón aquel tipo, no era para menos, yo en su lugar hubiera sufrido lo mismo.

He vuelto a las andadas. No puedo dejar de mencionar el efecto que me produjo el oír el nombre de Licinio. Fue un escalofrío intenso que me recorrió el espinazo, aquel nombre me trajo a la memoria otro y cómo no, la edad en la que tuve la desgracia de conocerlo, de oídas, menos mal, pero al fin y al cabo el mismo efecto de terror producía aquel hombre que llevaba el nombre de Licinio de la Fuente, ministro de trabajo del antiguo régimen de la dictadura del país del que tuve que salir poniendo pies en polvorosa, si en algo apreciaba mi vida.

Continuará próximo capítulo el lunes día 23 de abril de 2012

Así en el cielo novela de Salvador Moreno Valencia: http://www.alvaeno.com/asienelcielo.htm

lunes, 16 de abril de 2012

CAPÍTULO IV DE "ASÍ EN EL CIELO"


Una vez por semana aquella gente se reunía, tras celebrar los actos sacramentales, en la casa del pueblo, que no era otra que la misma que ejercía de comisaría donde Cesáreo representaba la máxima autoridad como fiel servidor de la ley vigilando ésta para que se respetara y ejecutara, y para castigar a aquel que osara incumplirla. No era muy común que aquella gente cometiera delito alguno. Allí todos eran conocidos, cuando no familiares y gente muy respetable y dada a presumir de honestidad y humildad y sobre todo, a hacer alarde de ser seguidores natos de las enseñanzas de dios a las que ellos accedían por medio de las sagradas escrituras y sus visitas diarias a la iglesia y también gracias a los sermones del párroco.  
Cesáreo Márquez Douglas llevaba con orgullo su nombre y por supuesto su primer apellido, por ser éste el que le correspondía por parte paterna. Su padre había muerto llevando una vida como la que él tenía en aquellos momentos. Podríamos decir que el padre de Cesáreo, Roldán Márquez Da Silva murió con el orgullo de haber entregado su vida a su patria. Hay que aclarar aquí que él consideró como su país y patria el lugar al que llegó tras hacer una infernal travesía en la que se jugó la vida y por la que, al fin, alcanzaba el sueño de muchos hombres y mujeres de llegar al paraíso, que para ellos estaba tras las fronteras de México con aquel extenso país llamado Estados Unidos.
Tenía doce años aquel brasileño cuando decidió aventurarse en pos de aquel ideal de buena vida. Dejó a toda su familia, tras su marcha, a la que no volvería a ver en el resto de sus días. Se hizo a sí mismo. Creó, o al menos intentó crear una familia pero le salió la cosa mal.
Allí estaban aquellos dos personajes. Parecían dos pajaritos, quizá él sí se asemejaba a un indefenso pajarito, ella sin embargo, a simple vista, no parecía, ni se adaptaba su perfil, con pájaro alguno. No estoy seguro.
Lo que sí he de decir que él, incluso asemejándose a un desdichado pajarito, era a simple vista un atleta. Su constitución fornida como la de un buey, más por su evidente mansedumbre, realmente era un buey y viceversa, pájaro. El caso es que parecía ser pájaro y buey a la vez, una extraña paradoja, aunque ya he dicho que en estos personajes todo parecía un tanto extraño y no vamos a sorprendernos de las paradojas de la vida. ¿O sí...? Quizá nos sorprenda el propósito que los había llevado a estar allí frente a aquella melena dorada.
Recordaba el chico a los reportajes de animales donde unas idílicas imágenes mostraban una extensa pradera; lejano el horizonte hecho de montañas, o de agua, a la mitad de distancia entre el inicio del infinito horizonte, y el lugar, donde imaginamos que se sitúa la cámara, podemos ver -¡un momento, esto es un campo de arroz de Vietnam!-: un buey con su pajarito desparasitándolo sin pausa y sin prisa pero con un ritmo constante. Así era el chico que el sheriff tenía ante sus ojos marrones, puñaladas de capote.
Ella era, por describirla con detalles más cercanos, algo parecido a una agachadiza (al fin encontré el parecido y es que a veces basta con estrujarse el cerebro o con mantenerlo en una buena gimnástica), pájaro éste que habita en los inviernos el sur de Europa y se dedica a dar saltitos entre los terruños buscando gusanos despistados que llevarse al estómago. Esta como su nombre indica es agachadiza y da saltitos, como ya he dicho en línea anterior, como si diera pasos cortos, pasos largos es otro pájaro, del que algún día nos ocuparemos.
La mujer que allí se encontraba frente a Cesáreo era pequeña en comparación con la envergadura de los dos hombres, el que ella tenía a su lado izquierdo, y el que tenía frente luciendo aquella estrella brillante que rivalizaba con el brillo de los dorados bucles en una lucha sin par por brillar más que los largos, finos, y bien cuidados cabellos que hacían movimientos sinuosos con el movimiento pausado del cuerpo que tenían el honor de presidir. Había en ellos, en los tres personajes, un rasgo similar, sus narices; y los chispeantes ojos.
Abundia y Aéreo, abuela y nieto estaban allí delante de aquella mesa tras la cual lucía larga y rubia la cabellera del sheriff. Eso fue cinco minutos después de que yo pudiera verlos llegar en una destartalada camioneta, posiblemente marca Ford, de color anaranjado óxido.

Continuará próximo capítulo el miércoles día 18 de abril de 2012
Así en el cielo novela de Salvador Moreno Valencia: http://www.alvaeno.com/asienelcielo.htm

viernes, 13 de abril de 2012

Huir, huir, huir, hacia dónde


Huir dicen que es de cobardes, dicen.

Huyo de mí mismo, a veces, y las más veces
huyo de cuanto me rodea de estúpido y anodino.

Intento refugiarme en el mar, en el viento
en la lluvia, en la tierra bajo las raíces del bosque;
me refugio en todo cuanto me recuerda a mí.

Huyo para no convertirme en un autómata,
para no ser alienado, para no quedar desprovisto,
despojado de mí mismo por el gran devofagocitador
que todo lo devora y fagocita.

Huir, huir hacia el lado contrario del pensamiento único.

miércoles, 11 de abril de 2012

CAPÍTULO III DE "ASÍ EN EL CIELO"


Ante todo (no será la excusa que tengo para meter mi nariz achatada y pequeña en lo que no me llaman), he de presentarme si quiero que se me reconozca como el narrador de ésta peculiar historia que tuve la suerte, en parte, de conocer y vivir en propia carne, nunca mejor dicho hasta que ésta, la carne, fue a parar al lugar al que todas la carnes de este mundo (matadero) irán a parar más tarde o temprano.
Podría encabezar cada página con una alusión a algún paisaje como por ejemplo:
En la calle, a lo lejos, cruza un perro, por su apariencia dubitativa podemos afirmar que es un perro callejero; un vagabundo se acerca a la puerta de la iglesia, la única que hay en el pueblo, los feligreses se dirigen a su encuentro con dios. Las calles quedan desiertas. El coche de la patrulla de policía se dirige, también, a la iglesia. De él bajan dos agentes, uno joven o al menos más joven que el otro que sin ser un anciano ya se averiguan en sus rasgos los efectos del paso del tiempo. Cae la tarde y el sol deja su rastro anaranjado sobre los alfeizares de las ventanas de las casas que se asoman, unas frente a las otras, a la única calle que atraviesa el pueblo.
Esto quedaría posiblemente muy lírico pero yo no soy del todo partidario de estas estrafalarias formas. Así que voy a ir al grano, como ya he dicho varias líneas antes. Vayamos al concreto pues: mi nombre (aunque no sea trascendente en otras circunstancias, lo es en ésta desde el momento en que pasa a ser una parte activa de la misma; la relevancia de mi nombre y apellidos está marcada desde el preciso momento en que pertenezco a la historia que a continuación van ustedes, lectores, si tienen paciencia con mis divagaciones, a leer), es Leopoldo Alas Clarín, he de aclarar que no tengo alas ni toco clarín alguno, y, que yo sepa, no tengo parentesco alguno con aquel escritor español, del que no he leído ni una letra y del que tampoco tengo la certeza de que exista; a lo mejor este nombre es sólo el seudónimo que utilizaba algún escritor o escritora; si antes de acabar el relato lo averiguo prometo decirlo para conocimiento de los lectores, que espero, sepan quién utilizaba ese peculiar nombre, perdonen mi ignorancia.
Hecha la presentación paso a lo que me ha traído a estas páginas. Tengo que decir que voy hacer el intento de narrar lo más fidedignamente los hechos acontecidos hasta el momento en que este relato pase el relevo a otra manos, quizá más dignas de escribir esta historia descabellada.
Era tarde avanzada y la gente del pueblo salió de la iglesia y como cada día se dirigió al lugar correspondiente; las mujeres a sus respectivos hogares, los hombres a la tienda cantina que había en aquella pequeña aldea de menos de doscientas personas. El sol hizo su último guiño y dejó paso a la media oscuridad del ocaso.

Continuará próximo capítulo el lunes día 16 de abril de 2012


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lunes, 9 de abril de 2012

CAPÍTULO II DE "ASÍ EN EL CIELO"

Frente a él acababa de hacer acto de presencia una particular pareja, tan particular, por su extravagancia, cosa esta que al sheriff no le sorprendía en absoluto, él estaba más que acostumbrado a enfrentarse con las extravagancias de cientos de personajes incluyendo la suya, no iba a sentirse intimidado por la presencia de aquellos dos. Uno tan grande como él, y tan lacio, y además había un rasgo muy parecido en ambos, aquella resuelta nariz que olisqueaba a distancia. El otro en su mediana estatura, y con el mismo rasgo en común, así que en aquel despacho, donde el sheriff estaba aquella mañana limándose las uñas, donde ondeaba al viento aquella melena rubia, se reunieron tres narices que podían dejar sin aromas un vergel donde las rosas prevalecieran sobre los jazmines, o las damas de noche.
Allí estaban las tres insignias olfateándose mientras que en el pecho del agente de la ley brillaba otra como una reluciente estrella sobre su corazón, que latía orgulloso de soportar el peso de aquel astro que anunciaba el grado, además del nombre, por el que se debían dirigir a aquella melena de oro: Sheriff Cesáreo Márquez Douglas.
Tras el enfrentamiento de las narices que se batieron en duelo aspirando todos los rincones del lugar y de los presentes en él, hubo un silencio escrutador. Se cruzaron miradas, los ojos con rasgos orientales se envilecieron mirando en los ojos de los dos personajes. Los ojos de estos también se enfrascaron retadores ante la estrella; la melena amarilla había dejado de ondear en las sombras de la pared porque el astro rey había abandonado la estancia a la que minutos antes había otorgado el privilegio de su presencia.
Las sombras se disparaban, ahora, sobre un suelo de madera donde se mezclaron con el aroma de pino del que habían sido sacadas las tablas que conformaban, a modo de rompecabezas (un simple puzle para niños de tres años), el suelo del despacho de Cesáreo.
 -¿Qué es lo que se les ofrece?- carraspeó el poseedor de la estrella con un tono, evidentemente, de prepotencia sobre los intrusos.
 -Nos ha traído ante usted, magnifica cabellera, porte y admiración de la población donde aplica la ley con total magnanimidad para satisfacción de los contribuyentes, la necesidad de solicitar de su excelencia una autorización muy, o eso es lo que creemos, singular por no decir algo extravagante o extravagaria, que no tiene nada que ver con aquel libro que escribiera Pablo Neruda- respondió uno de los dos personajes, en este caso el femenino de aquella pareja, una mujer ya anciana.
 -Me sorprende su erudición- exclamó el sheriff sin tener ni idea de lo que le estaba hablando aquella mujer que por sus rasgos a él se le hacía familiar.
 -No es grande la sabiduría que me otorgan sus labios lineales, yo no he tenido la ocasión que otros, que probablemente por sus condiciones sociales, quiero decir por su escalafón en la sociedad, un tanto elevado económicamente, han podido tener, por eso de estar más a su alcance, una educación y cultura sobradamente más rica que la que yo poseo, y con ello tener más cerca la sabiduría. Pero no es ese el motivo que nos ha traído ante usted a mi nieto y a mí. Es un tema no muy alejado de la sofisticación de algunos elementos sociales o culturales, nada desconocido en la historia. De hecho es un método que usaron los antiguos para perpetuar la existencia, una forma de inmortalización del cuerpo físico.
 -¡Vaya qué sorprendente mañana me espera, cuando ya la creía tan rutinaria como de costumbre!- dijo atusándose la melena dorada el sheriff.
 -Cree que ésta mañana no va a ser como cualquiera- dijo el personaje masculino de aquélla pareja.
-¡Claro que no, muchacho!, y ustedes son la razón que sin duda hará que me divierta hoy.


Continuará próximo capítulo EL MIÉRCOLES día 11 de abril de 2012
Así en el cielo novela de Salvador Moreno Valencia: http://www.alvaeno.com/asienelcielo.htm

viernes, 6 de abril de 2012

Hacia adelante

Fotografía E. de Juan
















Hacia adelante dejando una estela como barco que surca el gran Mar.


Hacia las olas que en el horizonte van más allá de la línea
divisoria que separa el Mar del Cielo.

Hacia las nubes que como jinetes violentos
esgrimen sus espadas asesinas
al son de trompetas apocalípticas.

Hacia las profundidades de la Madre
sumergiendo en ella la espina dorsal
del tiempo, para salir airosos de este espejismo
donde la lluvia lavará nuestras heridas.

Hacia adelante, con la certidumbre de estar vivos.

jueves, 5 de abril de 2012

UN EJEMPLAR DE ASÍ EN EL CIELO PARA LOS SEGUIDORES DE REFLEXIONES EN EL LIMBO

Comenzamos una nueva tanda de regalos para los seguidores de este Blog. El día 30 de abril de 2012 todos los seguidores de REFLEXIONES EN EL LIMBO, recibirán un ejemplar de mi novela  ASÍ EN EL CIELO en formato digital.

Así que si todavía no eres seguidor del BLOG y quieres la novela, no lo dudes SÍGUEME.

Para hace más amena vuestras visitas iré publicando capítulos de ASÍ EN EL CIELO, los lunes y miércoles hasta el día 30 de abril de 2012, dejando los viernes resevados para el Poema del viernes, valga la redundancia.

HOY EL PRIMER CAPÍTULO DE ASÍ EN EL CIELO:

Así en el cielocomprar
Fotografía de portada: E.de Juan
ISBN: 978-84-613-2096-7
9 horas de lectura
Autor: salvador moreno valencia
Categoría: Narrativa
Subcategoría: Novela
N° de páginas: 232
Tamaño: 170x235
Estado: Público
Interior: Blanco y negro
Maquetación: Pegado








A ella, que todavía brilla como una estrella
Cialenva Preston

I CAPÍTULO DE ASÍ EN EL CIELO

Sobre el color ocre de la pared, a la que le daba la espalda, se reflejaba la sombra de su exuberante melena. En aquella apariencia su cabello se agitaba como soplado por un vendaval, pero no era este fenómeno el que producía tal efecto en aquellas tinieblas, era el producido por el ventilador que soplaba directamente sobre su rostro en una mañana de agobiante calor.
Sobre la pared se reflejaban, a su vez, los rayos que desprendían sus bucles dorados iluminados por el sol que encendía toda la sala como un enorme foco de potencia grandiosa. Como si el mismo astro rey naciese en aquella oficina.
La melena, larga y rubia, ondeaba al viento procedente del ventilador que ponía sonido aéreo al lugar de trabajo del sheriff, propietario, éste, de aquella pelambre casi amarilla. En su rostro aniñado había una triste expresión como si desde su más tierna infancia le viniera a visitar el fantasma de algún capricho nunca alcanzado. Eran sus ojos pequeños, de color marrón, como dos rajas en una tela de lona. 
Tenía como ya he dicho los ojos tan pequeños que de no ser por el resto de sus rasgos, característicos estos de una ascendencia nórdica, podríamos decir que alguno de sus antepasados habría sido oriental: quizá un mongol o un chino o un japonés. Y los cristalinos pequeños adornaban unas mejillas sonrosadas y redondas. Su boca era algo así como dos líneas paralelas con la diferencia de su fin, que en los labios acababa con sendos hoyuelos, a diestro y siniestro, y bajo las mejillas rechonchas. Y luego la barbilla casi perdida como ausente o como absorbida por una timidez innata, rasgo indiscutible del carácter de aquel hombre. Pero sólo su barbilla era tímida porque aquel sheriff era todo lo contrario, él era el antagonista de aquella barbilla timorata. Y como colofón final para dar a aquella cara un carácter un tanto divertido estaba su nariz. Una prominencia que se adelantaba a los acontecimientos, sobre todo los recibidos por las papilas olfativas. Así, aquel sheriff, podía oler un caso mucho antes de llegar a la escena del crimen o identificar a los malhechores a varias manzanas desde donde él se encontrara. Sí, era una peculiar semejanza del pico de un águila, se diría de ésta que era aguileña pero no era en su totalidad así porque tenía rasgos de otro tipo de nariz por lo que, incluso, se podría decir que la nariz del portador de aquella larga y rubia cabellera, motivo de deseo de los indios aborígenes de la tierra en que olfateaba aquella napia, era mezcla de nariz remachada y aguileña. El caso es que aquella prominencia podía darse de narices, asomar a algún lugar y como ya he dicho olfatear a distancia a los irreverentes malhechores.
Pero aquella mañana en la que la sombra de su pelo ondeaba sobre la pared color ocre viejo, su eficaz protuberancia mitad águila, mitad remachada no pudo oler lo que se le avecinaba, debido a un pequeño constipado que todas las primaveras aparecía enajenando a aquella virtuosidad de lo que en ella era lo más valorado, el olfato.     
Continuará próximo capítulo el lunes día 9 de abril de 2012
Así en el cielo novela de Salvador Moreno Valencia: http://www.alvaeno.com/asienelcielo.htm

miércoles, 4 de abril de 2012

Santos danzando...

Santos danzando en las calles de este inculto pueblo que rinde culto a ídolos de palo. Fariseos acróbatas de la mentira...