(Queda el capítulo titulado El minotauro que será publicado el próximo lunes día 26 de marzo de 2012 para inciar el sorteo, entre los seguidores de este Blog, del libro dosmásuna en papel. El ganador será anunciado el miércoles día 29 de marzo de 2012 en este Blog).
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Tais y la leyenda del
farol nórdico
El lago
Cuando
llegaron a la casa de Tom era noche profunda y en el silencio de la misma se
dibujaron las notas musicales de un búho en el pentagrama del infinito
universo.
-Ya
hemos llegado- dijo Tom cuando detuvo el coche para bajar y abrir la cancela.
-Está
muy oscuro, por favor no apagues la luz- respondió Tais con el frío en los
huesos. Era un frío lejano como venido de otro tiempo, el sueño que con
frecuencia solía tener cuando se angustiaba demasiado por un tema en concreto.
El frío de los fiordos nórdicos llegaba para abrir las puertas del abismo a los
toros negros de la reina Tais que arrasó los pueblos vecinos en pos de
encontrar al minotauro con el que pretendía perpetuar su raza. Era un sueño
recurrente y que la dejaba helada, pero en él siempre refulgía una llama en un
farol. El farol nórdico que había comprado le recordaba al del sueño.
Tom
abrió la cancela y volvió al auto, dos perros enormes salieron al encuentro de
los recién llegados. Eran One y Avla dos mastines del pirineo que Tom había
comprado en su primer y único viaje por Europa. A Tais los perros le gustaban
mucho, y la presencia de aquellos canes le produjo alegría y seguridad porque:
¿qué bestia u hombre podía adentrarse en el territorio de dos animales como
aquellos?
-No
te preocupes One y Avla son muy cariñosos- dijo Tom para que Tais no tuviera
miedo de ellos. Lo que no sabía Tom era que a ella le encantaban los perros.
-No
me dan miedo, todo lo contrario- le respondió ella para mostrarle su
satisfacción al saberlos allí-, los perros son mi debilidad y estos parece que
están dispuestos a ser buenos amigos míos.
-Sin
duda, ya verás cómo se desviven por ti- dijo Tom dirigiendo el automóvil al
garaje.
En
la puerta de la casa se encendieron sendas farolas cuando los recién llegados
se acercaron. ‘Tom no vive solo’ pensó Tais.
-¿Hay
alguien en casa?- preguntó para salir de dudas.
-Sí,
no te lo he dicho porque lo olvido, siempre me olvido de Fran, es como una
parte más del bosque, un árbol, una piedra, o una casa, que te habitúas a
verlos en el mismo lugar con la misma actitud, si es que su estar se puede
definir como actitud, es como la indeferencia que produce la cotidianidad, el
día a día. He visto a Fran desde que era un niño, y siempre ha sido igual, no
ha cambiado desde entonces.
-¿Fran
vive contigo o trabaja para ti?- preguntó Tais.
-Ni
lo uno ni lo otro, pero podríamos decir que Fran y yo tenemos un trato e
intercambiamos servicios- respondió Tom acercándose para abrirle la puerta a
Tais.
Tais
odiaba a todos los hombres que hacían eso, que intentaban mediante gestos, que
ella consideraba machistas, ser caballerosos cosa que le removía el estómago.
-No
hace falta que demuestres tu caballerosidad- dijo al abrir la puerta sin dar
opción a Tom a abrirla.
-Sólo
pretendía ser amable- protestó el bombero algo dolido por el rechazo hacia su actitud
por parte de Tais.
-No
te ofendas pero no soporto esos detalles, van en contra de mis principios- se
disculpó ella buscando con la vista la figura de Fran que no aparecía por
ningún lado.
Los perros también habían desparecido al
encenderse las farolas del porche, en el que una hamaca se balanceaba como
recién abandona. Un gato pardo y demasiado grande para ser gato, se acercó a
Tais y se restregó entre sus piernas.
-Ten
cuidado con ese zalamero- dijo Tom invitando a Tais a pasar al interior.
-Podríamos
quedarnos un rato aquí en el porche, la noche es muy agradable; ¿tienes un
cigarrillo?- propuso ella que terminó por sucumbir al vicio del tabaco, afición
que había dejado hacía unos tres años; pero algo aquella noche la incitó a
pedirle a Tom un cigarrillo.
-No
tengo, no fumo, pero Fran si lo hace, así que iré a buscar uno de sus cigarros;
creo que él fuma tabaco negro, la verdad es que no puedo decirlo porque no soy
un experto en tabaco, sin embargo sí en fuegos- le dedicó una leve sonrisa a
Tais y desapareció tras la puerta. En ese momento a Tais la recorrió un
escalofrío y el gran gato pardo de un salto se encaramó a la copa de un
frondoso roble que presidía el pequeño jardín.
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