Letras tu revista literaria

viernes, 30 de marzo de 2012

Huir, huir…

Fotografía E. de Juan

Huir hacia una selva enmarañada.


Donde un enjambre de millones de celdas
muestra su simetría vertiginosa.


Huir hacia el desierto
que se abre ante los ojos del sediento
mostrando sus espejismos  acuosos.


Huir de los hilos tejidos
de los que pendemos
como insignificantes insectos
que serán devorados por el gran monstruo.


Huir desde una enmarañada selva hasta el hilo del vértigo que corta Átropos.

Del poemario Cuaderno de la huida de Salvador Moreno Valencia

miércoles, 28 de marzo de 2012

¡GANADOR/A DEL CONCURSO DOSMÁSUNA!

Estimados amigos seguidores de Reflexiones en el limbo, nuestra mano inocente ha sido la responsable de sacar la bolita en la que constaba el nombre de EL/LA GANADOR/A del concurso dosmásuna: UN EJEMPLAR EN PAPEL del libro de relatos DOSMÁSUNA.

EL/LA GANADOR/A es Jenifer Humanes, que recibirá en su domicilio el ejemplar del citado libro. ¡FELICITACIONES JENIFER!    


 

lunes, 26 de marzo de 2012

Relatos del libro dosmásuna

Hoy lunes publico el último capítulo de Tais y la leyenda del farol nórdico titulado "El minotauro", incluido en el libro dosmásuna.

Esta misma tarde tendrá lugar el sorteo entre los seguidores de este Blog. El premio como ya sabéis es un ejemplar en papel del libro de relatos dosmásuna.

El ganador será anunciado el miércoles día 29 de marzo de 2012 en este Blog.
(Gracias por seguirme)

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Tais y la leyenda del farol nórdico

El minotauro

Tais quedó esperando y observando al gato encaramado al árbol. La noche no parecía nada extraña, o al menos no tenía nada de nuevo: los mismos sonidos propios del campo. La misma oscuridad propia de días de luna nueva. Y los mismos miedos agazapados en las sombras de los árboles que se mostraban dibujando los monstruos que ella llevaba en su cabeza.

Tom volvió con la misma sonrisa y el mismo gesto de amabilidad inquebrantables.

-Aquí tienes, el viejo Fran ha salido a pescar, en noches como esta suele ir al lago porque mantiene que es la única oportunidad que tiene de poder dar pesca a un pez con el que, yo creo, incluso, habla.

-Podíamos ir- dijo Tais encendiendo el cigarrillo como si este acto le hubiera producido la fuga de sus temores.

-El viejo Fran no quiere que nadie le moleste en las noches que va al lago, dice que el pez al que persigue huele a otros a leguas y no se digna en aparecer. Yo le he preguntado que si huele a otros cómo es que no lo huele a él- se detuvo Tom y fue a sentarse frente a Tais en una butaca mecedora-, y ¿sabes qué me contesta siempre que le hago esta pregunta?- esperó Tom una respuesta; Tais hizo un gesto con la cabeza negando, y él siguió-, siempre dice que su olor es inaccesible a los peces, o a cualquier tipo de animal que en la tierra viva, e incluso- se ríe en este punto, con su peculiar sonrisa, que al principio me daba miedo, ya no, la costumbre, ¿sabes?- a los hombres. Yo no lo creía pero con el tiempo fui dándome cuenta que Fran carece de olor alguno, al menos del característico que tenemos los humanos. Él no tiene olor, cosa extraña.

-Sí, es algo extraño- dijo ella acabando su cigarrillo, buscó un lugar donde deshacerse de su colilla y Tom se adelantó para decirle que no se preocupara que ya lo hacía él, así que cogió la colilla y fue dentro de la casa para deshacerse de ella. Tais miró a la oscuridad impenetrable del bosque y se estremeció al ver dos refulgentes luces que desde la profundidad la observaban.

Se sobresaltó con la vuelta de Tom que apareció con el sigilo característico en él.

-Perdona, ¿te he asustado?- preguntó acercándose por la espalda a Tais.

-No- respondió ella sin darse la vuelta.

La mano de Tom fue a parar sobre el hombro de Tais, cuando se dio la vuelta el minotauro estaba allí.

Del libro de relatos dosmásuna. Comprar el libro: http://www.bubok.es/libros/16898/dosmasuna


domingo, 25 de marzo de 2012

Del que huye

Fotografía E. de Juan


No puedo saber más que por mi propia experiencia.

Huir, huir, alternativamente: La huida.
Los fracasos, los sueños mutilados. Es la huida: ¿De qué, de quién, por qué?

Del hombre domesticado
Del hombre que ofrece una falsa caridad
Para no dejar de ser un soñador

Huir del miedo y por éste
huir del conformismo y por éste
huir de la caridad
que ofrecen hombres perversos en nombre de un dios inventado.

Del que huye y es al fin el que no escapa de sí mismo.


Del poemario Cuaderno de la huida de Salvador Moreno Valencia

viernes, 23 de marzo de 2012

Adaptación

Fotografía de E. de Juan

Voy a dejar mis libros, mis cuadros y mis sueños.


Cortaré mi pelo, quitaré mi pendiente, vestiré como dios manda.
Seré sumiso, obediente y guardaré silencio ante la injusticia.


Me ataré para siempre, tendré hijos, trabajaré duro para ellos.
Dejaré de beber, de fumar, de mirar, de follar:
solo follaré para procrear
como dice su santidad.


Seré un hombre de bien y todos me respetarán.
Tendré varias casas, varios coches, varias amantes. Seré un idiota más.
Quemaré mis libros, mis cuadros, y mis discos.
Consumiré como un autómata.


Desperté… y el dinosaurio estaba allí: Desobedecí.


 
Poema del poemario Barro en los zapatos, autor Salvador Moreno Valencia

miércoles, 21 de marzo de 2012

Relatos del libro dosmásuna

(Queda el capítulo titulado El minotauro que será publicado el próximo lunes día 26 de marzo de 2012 para inciar el sorteo, entre los seguidores de este Blog, del libro dosmásuna en papel. El ganador será anunciado el miércoles día 29 de marzo de 2012 en este Blog).

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Tais y la leyenda del farol nórdico


El lago

     

Cuando llegaron a la casa de Tom era noche profunda y en el silencio de la misma se dibujaron las notas musicales de un búho en el pentagrama del infinito universo.

-Ya hemos llegado- dijo Tom cuando detuvo el coche para bajar y abrir la cancela.

-Está muy oscuro, por favor no apagues la luz- respondió Tais con el frío en los huesos. Era un frío lejano como venido de otro tiempo, el sueño que con frecuencia solía tener cuando se angustiaba demasiado por un tema en concreto. El frío de los fiordos nórdicos llegaba para abrir las puertas del abismo a los toros negros de la reina Tais que arrasó los pueblos vecinos en pos de encontrar al minotauro con el que pretendía perpetuar su raza. Era un sueño recurrente y que la dejaba helada, pero en él siempre refulgía una llama en un farol. El farol nórdico que había comprado le recordaba al del sueño.

Tom abrió la cancela y volvió al auto, dos perros enormes salieron al encuentro de los recién llegados. Eran One y Avla dos mastines del pirineo que Tom había comprado en su primer y único viaje por Europa. A Tais los perros le gustaban mucho, y la presencia de aquellos canes le produjo alegría y seguridad porque: ¿qué bestia u hombre podía adentrarse en el territorio de dos animales como aquellos?

-No te preocupes One y Avla son muy cariñosos- dijo Tom para que Tais no tuviera miedo de ellos. Lo que no sabía Tom era que a ella le encantaban los perros.

-No me dan miedo, todo lo contrario- le respondió ella para mostrarle su satisfacción al saberlos allí-, los perros son mi debilidad y estos parece que están dispuestos a ser buenos amigos míos.

-Sin duda, ya verás cómo se desviven por ti- dijo Tom dirigiendo el automóvil al garaje.

En la puerta de la casa se encendieron sendas farolas cuando los recién llegados se acercaron. ‘Tom no vive solo’ pensó Tais.

-¿Hay alguien en casa?- preguntó para salir de dudas.

-Sí, no te lo he dicho porque lo olvido, siempre me olvido de Fran, es como una parte más del bosque, un árbol, una piedra, o una casa, que te habitúas a verlos en el mismo lugar con la misma actitud, si es que su estar se puede definir como actitud, es como la indeferencia que produce la cotidianidad, el día a día. He visto a Fran desde que era un niño, y siempre ha sido igual, no ha cambiado desde entonces.

-¿Fran vive contigo o trabaja para ti?- preguntó Tais.

-Ni lo uno ni lo otro, pero podríamos decir que Fran y yo tenemos un trato e intercambiamos servicios- respondió Tom acercándose para abrirle la puerta a Tais.

Tais odiaba a todos los hombres que hacían eso, que intentaban mediante gestos, que ella consideraba machistas, ser caballerosos cosa que le removía el estómago.

-No hace falta que demuestres tu caballerosidad- dijo al abrir la puerta sin dar opción a Tom a abrirla.

-Sólo pretendía ser amable- protestó el bombero algo dolido por el rechazo hacia su actitud por parte de Tais.

-No te ofendas pero no soporto esos detalles, van en contra de mis principios- se disculpó ella buscando con la vista la figura de Fran que no aparecía por ningún lado.

Los perros también habían desparecido al encenderse las farolas del porche, en el que una hamaca se balanceaba como recién abandona. Un gato pardo y demasiado grande para ser gato, se acercó a Tais y se restregó entre sus piernas.

-Ten cuidado con ese zalamero- dijo Tom invitando a Tais a pasar al interior.

-Podríamos quedarnos un rato aquí en el porche, la noche es muy agradable; ¿tienes un cigarrillo?- propuso ella que terminó por sucumbir al vicio del tabaco, afición que había dejado hacía unos tres años; pero algo aquella noche la incitó a pedirle a Tom un cigarrillo.

-No tengo, no fumo, pero Fran si lo hace, así que iré a buscar uno de sus cigarros; creo que él fuma tabaco negro, la verdad es que no puedo decirlo porque no soy un experto en tabaco, sin embargo sí en fuegos- le dedicó una leve sonrisa a Tais y desapareció tras la puerta. En ese momento a Tais la recorrió un escalofrío y el gran gato pardo de un salto se encaramó a la copa de un frondoso roble que presidía el pequeño jardín.  

Del libro de relatos dosmásuna. Comprar el libro: http://www.bubok.es/libros/16898/dosmasuna

lunes, 19 de marzo de 2012

Relatos del libro dosmásuna

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Tais y la leyenda del farol nórdico


El baile

Tras el fortuito y desagradable encuentro con la garra que se difuminó en la negrura del lago dejando a Tais medio moribunda tumbada sobre el suelo, Tais recobró la fuerza y lo primero que hizo fue coger el farol, apagarlo, y luego salir con determinada osadía hacia el lugar donde lo había comprado. Pero no encontró la destartalada tienda al lado de la carretera. ‘¡No puede ser!’ se dijo perdiendo la seguridad que siempre la había caracterizado. Pero sí podía ser, en la carretera no había más que un montón de escombros que ocupaban el lugar donde por la mañana se había detenido, por desgracia, para comprar las chucherías de los viernes. Se frotó los ojos una y otra vez hasta casi llevarlos al estado de hinchazón por la fricción, pero pese a su empeño, la tienda seguía sin aparecer en el lugar que antes había ocupado.

Como hasta el pueblo había poca distancia Tais decidió ir allí, entre otras cosas porque después de lo sucedido no se atrevía a volver a la casa. En el pueblo como de costumbre los viernes por la tarde, ya casi anochecido, se celebraba una especie de verbena o baile en el que participaban todos los habitantes, con muy pocas excepciones: un par de hombres de color que vivían en lo que antaño había sido una mansión habitada por el viejo gobernador, un estafador de provincias que tuvo que escapar por la noche para evitar su linchamiento, no en vano se había quedado con todos los ahorros del pueblo, y con algunas grandes cifras que pertenecieron a tres grandes ranchos que rodeaban el pueblo.

En la plaza, un lugar variopinto por sus estrafalarias y variadas construcciones, bailaban ajenos a su entorno los felices paisanos, que estando tan ensimismados en su tarea de no pisar a sus parejas no se percataron de la presencia de Tais y menos de que en su mano derecha portaba el farol, encendido de nuevo y por acción ajena a la voluntad de la maestra que temblaba de miedo sin atreverse a soltar el asidero de la luminaria como si a ella hubiera sido soldada o remachada como hacían los antiguos artesanos con las esculturas de bronce. La gente siguió afanada en su quehacer danzarín, Tais se dirigió hacia el lugar que ocupaba la orquesta ‘un señor barrigudo con pelo crespo y una ristra de medallas colgadas de la pechera de su vieja americana’; pero nadie, ni el mismo hombre orquesta parecía percibir las presencia de la maestra. Sólo un gato gris de pelo largo se acercó con ronroneo casposo y se restregó entre las piernas de Tais; el farol volvió a apagarse en el preciso momento en el que la oronda orquesta daba por finalizada la pieza que había hecho danzar a los pueblerinos como muñecos de una caja de música. La gente aplaudió al multiforme músico. El gato despareció tras un arbusto. Entonces Tais fue avistada por Tom, jefe de bomberos de Mutter y éste se acercó con ensayada actitud poniendo en evidencia su torpeza a la hora de dirigirse a una mujer.

-¡Buenas noches señorita Siat!- dijo enseñando tímidamente su blanca dentadura.

-¡Buenas noches señor Siniqui, mi nombre es Tais, no Siat!- respondió ella con educación y algo de recato.

El farol volvió a encenderse y la mano de Tais que aferraba el asa del mismo parecía haberse echado a arder porque un calor intenso recorrió sus dedos y luego fue subiendo por todo su brazo hasta apagarse en el omoplato como se apaga un ascua en un cubo de agua.   

-¿Lo ha visto usted?- preguntó alterada.

-¡Ver qué señorita!- respondió Tom rascándose la cabeza que brillaba por su incipiente calvicie.

El gato volvió al escenario donde el hombre orquesta se disponía a seguir con su concierto. Cuando sonó el primer compás Tom invitó a Tais a bailar y ella aceptó con la desesperación de deshacerse del dichoso farol y dejándolo sobre el suelo se dejó llevar por la torpeza bailarina del jefe de bomberos que más que un ágil bailarín parecía un concursante de una carrera de sacos.

El farol volvió a pagarse y tras el arbusto por donde minutos antes desapareciera el gato gris apareció una garra que asió el asidero de la lámpara y la arrastró hacia su propietario.

Tais esa noche no regresó a casa porque prefirió la compañía del robusto bombero, aunque no fuese, precisamente, lo que ella prefería a la hora de tener relaciones con un hombre, pero el miedo fue mayor que sus convicciones y sin dudarlo se echó en los brazos del que por el momento había sido su salvador.

Del libro de relatos dosmásuna. Comprar el libro: http://www.bubok.es/libros/16898/dosmasuna


viernes, 16 de marzo de 2012

Quizás en la huida

Fotografía E. de Juan


Huir como si en la huida se encontrara la salida.


Huir, huir, quizás no es la solución,
quizás tampoco es no hacerlo, huir, huir del conformismo.


Huir, huir de la sensación de ser cobarde,
hacia adelante, hacia adelante
como se dirige al cementerio el elefante.


Huir, huir en silencio para no ser oído ni visto,
huir, huir por la puerta trasera
hastiado de las puñaladas de misericordia de los hombres
enajenados, cegados por el falso arcano.


Huir, huir, entregando las margaritas a los cerdos.


Del Cuaderno de la huida de Salvador Moreno Valencia

miércoles, 14 de marzo de 2012

Relatos del libro dosmásuna

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Tais y la leyenda del farol nórdico


La clase


En la escuela saludó, al llegar, al director, Antony Mardigan, que estaba a punto de jubilarse y que había sido el único director que aquella escuela rural había tenido. Tuvo una directora hacía mucho tiempo, justo antes de que llegase Antony al pueblo destinado desde la gran ciudad, Wiquita que se encuentra al norte de Mutter. Pueblo que ahora la recibía en su papel de profesora de los niños de infantil. Tenía a su cargo la clase 4C, veinticinco entre niños y niñas, donde las segundas eran más numerosas que los primeros.

-¡Buenos días señor Antony!- saludó educadamente Tais.

-¡Buenos días señorita Tais!- respondió son su característica sonrisa el director.

-¡Buenos días Anny!- saludó Tais a Anny la otra profesora que tenía a su cargo otros veinticinco niños, pero estos de primaria 3ª.

Los demás profesores y profesoras saludaron al unísono de forma automática.

-¡Pero Tais!, ¿qué tienes ahí?- dijo el director dirigiendo su mirada hacia el farol que Tais asía en su mano derecha.

-Nada importante señor Antony, un farol que el tendero de la carretera me ha vendido- respondió Tais sin darle importancia a la antigualla que acababa de adquirir.

-Déjame verlo- se adelantó Anny casi arrebatándole el farol de la mano-, ¡no puede ser, esto es un farol nórdico!- dijo Anny ya con el farol en su poder-. Sí es un auténtico farol que se usaba en los países nórdicos en los siglos dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve y principios del veinte, aunque todavía lo usan en algunas granjas, pero muy al norte, ahora es más una pieza decorativa, cuyo valor es exiguo. En su tiempo fue la forma de iluminación por excelencia en aquellos países- terminó Anny, dando por sentada su erudición sobre el farol, no en vano era la profesora de historia. El director le arrebató el farol a ésta y lo observó detenidamente y dijo:

-Yo he visto este farol en algún sitio, pero no recuerdo dónde- se rascó la cabeza como si con ello consiguiera traer a su memoria el lugar donde había visto el farol. Desistió y lo devolvió a la mano de Tais que un tanto extrañada, los miraba a ambos. Sonó la campana para entrar en clases, y tras su sonido el aire se llenó del murmullo que hacían los niños, mientras en fila se dirigían a sus aulas.

Tais fue por el pasillo hasta su aula, entró y puso el farol sobre la mesa. Los niños esperaban expectantes que comenzaran las actividades que los viernes solían realizar desde que Tais llegara al colegio, al principio del curso, hacía ya tres meses y habían pasado las vacaciones de navidad. Guardaron silencio y todos quedaron como hipnotizados mirando el farol. Objeto que a ellos les producía cierta curiosidad, más por su aspecto, original y muy poco visto por aquellos lugares, tan alejados del lugar de donde provenía el objeto. Así que Tais no tuvo más remedio que intentar explicar a los niños lo que la señorita Anny le había contado minutos antes.

Y los niños embobados escucharon qué utilidad tenía el cacharro, y de dónde provenía éste. El farol pronto quedó relegado a un objeto más de la clase y los niños y niñas comenzaron las actividades del viernes. Poco antes de terminar la clase, Tais repartió las chucherías que acostumbraba a dar los viernes. Cosa que generó una gran algarabía entre los chiquillos.

Tais volvió a la casa que había alquilado al lado del lago. Colocó el farol en su dormitorio y decidió pasar la tarde paseando por los alrededores del lago donde un frondoso bosque se asomaba dejando que los árboles de la orilla se mirasen en el espejo de aquellas aguas.


Se encendió la luz del farol, Tais se quedó perpleja porque aquel acto no había sido obra de una acción ejercida por ella, ni de sus dedos, ni de su mano, ni de su brazo; había sido el efecto de la acción de unos dedos, una mano, y un brazo que no le pertenecían a ella, sí, era él, el portador de la garra de acero que sin dudarlo ni un segundo aferró el cuello de Tais y comenzó a estrangularla…


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lunes, 12 de marzo de 2012

Relatos del libro dosmásuna

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Tais y la leyenda del farol nórdico


Tarde de lluvia. Llovía a mares desde las ocho de la mañana si es que alguna vez los mares llueven. Tais se había despertado varias veces en la noche, había tenido un sueño inquieto: soñó con leones que querían comérsela. Sobre todo un enorme león de melena negra y greñuda del que escapó como siempre se escapa de los peligros en los sueños, despertando. Y allí estaba la luz del farol nórdico iluminando su cuarto. El farol lo había comprado una mañana que se encontraba de camino a la escuela, en una tienda que hay en la carretera antes de llegar al pueblo.

La tienda estaba vacía. No había ningún cliente. Tais quería comprar algunas chucherías para los niños, todos los viernes lo hacía, y había olvidado comprarlas, así que paró en aquella tienda al borde de la carreta, lugar al que no hubiera ido nunca si no hubiese sido por la necesidad. De repente un señor la sorprendió saliendo de detrás de una cortina. El hombre tenía un rostro apacible, de rechonchas y sonrosadas mejillas y una sonrisa plácida y amable.

-¡Buenos días!- dijo amablemente-. Nunca la he visto por aquí, ¿es usted de fuera?

-Eso debe ser porque nunca he venido- respondió Tais que tenía esa manía de cortar a la gente en cuanto la saludaban.

-Eso es más que evidente, y ¿qué se le ofrece señorita?- preguntó el tendero demostrando una vez más su amabilidad.

-Perdone, si he sido algo brusca- se disculpó Tais.

-No se apure señorita, estoy acostumbrado, en un lugar como este entra mucha gente rara, no quiero decir que usted sea rara, quizá algo arisca- intentó arreglar lo que parecía insalvable el buen hombre.

-No se preocupe, lo entiendo. Soy nueva por aquí, trabajo en la escuela y olvidé comprar las chucherías de los viernes, y me dije entraré en la tienda de la carretera. Vivo cerca de aquí- aclaró Tais.

-Bienvenida entonces señorita- sonrió el tendero de sonrosadas mejillas-, mire, como le decía antes sobre que entra gente rara por aquí, sin ir más lejos el otro día...- hizo una pausa y se dirigió a un estante de detrás del mostrador y de él cogió lo que a Tais le pareció un farol-... ¿ve este bonito y viejo farol?, lo dejó hace unos meses un tipo, que si le digo la verdad me causó terror al verlo- se detuvo y le acercó el farol a Tais.

-Muy interesante- dijo ella sin apenas mirarlo. No había venido a comprar nada que no fuesen las golosinas para sus niños.

-Pero quizá le interese llevárselo por un buen precio. El hombre que me lo dejó dice que lleva una leyenda muy antigua sobre él. Cuando estuve a punto de pedirle que me la contase, el tipo: ¿sabe lo que hizo?...- carraspeó el hombre, se rascó la brillante calva y miró por la ventana a un punto indeterminado y siguió-... se dio media vuelta y sin decir nada más se fue por donde había venido, y hasta hoy, ni siquiera me dio tiempo a darle algo por la reliquia- terminó el tendero, sacó un pañuelo y se secó el sudor.

-Muy bien- dijo Tais sin aparentar curiosidad por la historia ni por el farol-, quiero veinticinco de estos, y otros tantos de aquellos, es suficiente, dos por niño.

-Aquí tiene, ¿señorita…?- dejó en el aire la pregunta para ver si ella entendía que debía presentarse por educación.

-Señorita Tais- dijo ella sabiendo que así debía hacerlo.

-Gracias señorita Tais, bonito nombre, el mío es Teodor- dijo el tendero-, ¿no quiere llevarse esta reliquia, seguro que le irá bien en su casa?- terminó preguntando mientras le daba el cambio a Tais.

-Está bien- dijo ella tras pensarlo unos segundos-, me lo llevaré, seguro que quedará bien en mi habitación.

Así es como Tais se hizo con el farol nórdico, y así es como comenzó su aventura…


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viernes, 9 de marzo de 2012

Un hombre puede ser libre


Fotografía E. de Juan
Un hombre atrapado por la fuerza de la costumbre no es libre.

La mejor manera, quizás, sea vivir al filo de la navaja,
Romper con los prejuicios adquiridos.
Cualquier forma de vivir resbalando por el filo de la cuchilla,
Es, quizás, mejor, que vivir atrapado
Por la fuerza de la rutina.
Ser libre significa no cumplir con lo establecido.
Así un hombre libre hoy toma café,
mañana se adentrará en la jungla de las palabras
para vencer la aterradora fuerza del hábito.
¿Un hombre es libre cumpliendo con los preceptos establecidos?
Poema del Cuaderno de la huida  de Salvador Moreno Valencia


miércoles, 7 de marzo de 2012

Relatos del libro dosmásuna

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Tais y la leyenda del farol nórdico

La mariposa extendió sus alas y entre la transparencia de sus formas se dibujó un minotauro. El sol inclinó la balanza hacia la noche y él le dijo: Deberíamos dejar la pistola en algún lugar- ella pestañeando como lo hacía cuando se encontraba nerviosa respondió:- Mejor la dejamos en una incineradora de basuras- al decir la última palabra cerró los carnosos labios y moviéndolos levemente hacia el exterior escupió un beso lleno de pasión.

Se estaba retrasando demasiado, pensó Adela mientras destripaba una dorada; sí, se está retrasando más de lo acostumbrado, volvió repetirse en un monólogo interno. Ya sé que normalmente se pasa por el bar y allí se toma un par de vinos con sus amigotes, sí, los de la oficina, pero eso a lo máximo son dos horas, pero seis o siete como es la ocasión nunca, algo ha debido de pasarle. La dorada quedó despedazada abierta en canal y preparada para ser adobada; Adela se lavó las manos y nerviosa las secó y con temblor de dedos sacó un cigarrillo, se lo llevó a la boca, lo encendió y aspiró hondamente. ‘Son muchos años, siempre la misma rutina, los mismos retrasos, dos horas a los máximo’, se dijo y volvió a mirar el reloj y luego por la ventana. Tenía que hacer algo, iría al bar, sabía que esto le costaría una buena bronca porque a Emilio no le gustaba que su mujer anduviera por ahí buscándolo.

‘Espero una hora más si no viene iré a buscarlo a pesar de que le siente mal’ volvió a pensar y abrió la nevera, sacó una botella de vino y se sirvió en un vaso de los que a Emilio le gustaban.

La incineradora estaba a las afueras de Pollkiti, a unos siete kilómetros, en una valle que olía a podredumbre y en el que una gasa de humo parecía invadirlo todo, dando al paisaje un aspecto tétrico, más bien terrorífico. Por el camino se vieron las luces de un auto que se acercaba lentamente, el guardia de seguridad se arrellanó en la silla de la garita desde la que se veía la carretera y el camino que llevaba hasta la puerta del basurero, y pensó: ‘otra pareja que se lo va a pasar en grande’. Muchas veces jugaba a adivinar lo que harían aquellas parejas que por el camino se dirigían al descampado que hay unos metros más abajo de donde acaban las tierras de la incineradora. Claro que, acostumbrado él a los fétidos olores, no se le ocurría pensar en cómo aquellas parejas podían soportar aquel hedor. Y se dejaba llevar por la imaginación llegando, a veces, al éxtasis, tanto, que incluso, en varias ocasiones, sitió la calidez de la eyaculación bajándole hacia la pierna. Cuando esto ocurría se levantaba metiendo la mano en el bolsillo para evitar que el pantalón se le mojara y se introducía en el baño.

Pero esta noche no tiene la cabeza en fantasías sexuales sino en el fútbol que están dando por televisión y se abstrae de su entorno metiendo la cabeza en el partido, gana el Euseb de Dontic por dos goles al Asbe de Lantac, y todavía queda más de media hora del segundo tiempo.

-Te lo dije imbécil, no ves que la incineradora está vigilada- dijo Agnes sentada en el asiento trasero mientras desalojaba de pertenencias una bolsa de viaje.
-Qué listas sois las mujeres- respondió malhumorado su compañero que conducía con parsimonia como si el tiempo fuese su cómplice-; a la primera de cambio ya estáis poniendo pegas, pero cuando las cosas van bien, bien que os echáis los meritos.
-Tú qué sabrás de mujeres estúpido- respondió desagradablemente Agnes-, lo que tienes que hacer es deshacerte de la pistola y del fiambre, a los dos los echamos a la incineradora y santas pascuas.
El Asbe de Lantac había empatado el partido, el guardia se puso furioso por el resultado, no en vano era fanático seguidor del Euseb de Dontic, tanto que, incluso, cuando podía, iba al campo con los pellejos sangrientos que era el grupo más violento que dejaban entrar en los partidos, cosa que nadie entendía porque estos, en cada partido, arrasaban a su paso golpeando a todo aquel que se pusiese en su camino.
El agente de seguridad se levantó gritando y se dirigió al baño.

En el camino el auto había detenido su marcha y apagado las luces, Piero bajó con la pistola en la mano, le dijo a Agnes que esperase allí tranquila y por nada del mundo se moviese.

-Aquí no me quedo con este fiambre- dijo resuelta a salir. Piero la detuvo y le puso la punta del cañón del arma sobre sus carnosos labios. Agnes entendió que mejor sería quedarse, aunque tuviese que acompañar al cadáver que parecía haber comenzado a descomponerse.
-¿A cuánto tiempo se descompone un pringado?- preguntó intentando poner algo de humor al momento.

-¿Quieres comprobarlo por ti misma?- respondió Piero con su sonrisa cínica.
La mariposa volvió a extender sus alas y un minotauro se dibujó sobre el polen que flotaba en la noche. Adela tras haber esperado más de doce horas y haber fumado casi dos paquetes de tabaco, decidió salir en busca de Emilio.

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lunes, 5 de marzo de 2012

Relatos del libro dosmásuna

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Tais y la leyenda del farol nórdico
 
Hacía frío, la calefacción del auto no funcionaba y llevaba un par de horas conduciendo hacia ningún lugar determinado. Sí, hacía frío por fuera y por dentro, pero es peor el frío interior porque no hay remedio alguno para someterlo: un buen trago de ginebra lo aliviaría momentáneamente, pensó mientras se frotaba la mano derecha sobre el pantalón.

A unos quinientos metros surgía como una aparición una venta donde luces rojas, azules y amarillas daban un tono festivo al sombrío páramo. Allí podría entrar en calor, al menos del físico, el otro intentaría calmarlo o bien con un par de tragos o con la compañía de una de las chicas que esperaban impacientes la entrada de clientes.

Frío en el interior, llevaba ese hielo interno desde que Matilde se fugó con su mejor amiga. Un hombre, se dijo entonces, puede luchar por una mujer si es otro hombre el rival, pero no se puede vencer a las armas de las mujeres. Y Matilde se fue con su amiga a vivir una vida de felicidad, y él se quedó con el frío dentro que sólo podía aliviar con algún trago de ginebra azul, y con la compañía de alguna chica de vida, según él las definía, alegre o irreverente con la moral establecida.

Entró en el local y el único cliente que había era un tipo con el rostro arrugado, no por ser símbolo de la vejez, porque era un hombre joven, sino como vestigio de haber escapado de un fuego; la cara era monstruosa, los párpados habían desaparecido, la nariz sólo era un hueso, los labios parecían haberse encogido como estirados por un mecanismo invisible; la totalidad de aquel rostro lo estremeció, era un tipo verdaderamente monstruoso. Sobre la barra, a su lado brillaba una jarra de cerveza y del otro lado de esta un farol nórdico iluminaba en rededor con una vela en su interior. Tras haber hecho esta observación Raúl, se estremeció no ya por su frío interno o externo sino por la visión de la garra con la aquel hombre asía la jarra de cerveza. El tipo hizo ademán de brindis y miró detenidamente al recién llegado. Dos chicas huesudas y con alargadas ojeras que matizaban su delgadez y la blancura de sus rostros se le acercaron raudas a consolar al nuevo cliente. Raúl sintió todavía, si cabe, más frío; el frío que emanaba de aquellas criaturas lo envolvió totalmente. Lo empujaron literalmente hacia la barra, una de ellas pasó a la parte trasera de la misma y le sirvió un trago de ginebra azul sin haberla pedido. Ella ya sabía de qué frío sufría el recién llegado.

El hombre de la garra y el farol nórdico puso unas monedas sobre la barra y salió del local donde quedó Raúl a la disposición de aquellas Ninfas cadavéricas…

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viernes, 2 de marzo de 2012

Azules…

Fotografía E. de Juan


Ajenos niños azules nadan en azules aguas opacas.


En un lugar lejano se vierten mentiras dogmatizadas
Un lugar  donde la verdad hace tiempo que emigró a otro planeta.


Donde si cae lluvia es lavada y aseada
Como un niño recién salido del vientre de su madre.
Para evitar que mienta cuando llueve.


La mentira es el arma de hombres intolerantes
Que niegan las verdades excusándose en un pro-dios
Existente bajo las palabras traicioneras.
Con un único y pérfido fin:


Robar niños para que naden en azules aguas traicioneras.