Letras tu revista literaria

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Sintió miedo




Sintió miedo como si la noche con sus fieras fuere a caerle encima mientras caminaba, absorta mirando las estrellas. Se había desorientado y no sabía hacia dónde dirigir sus pasos.
No hacía frío sino una cálida brisa que a veces le sugería alguna escena lujuriosa de una Roma que había ardido tras ella, pero de eso hacía mucho tiempo y ella no estaba ni mucho menos cerca al lugar de incendio ni en espacio ni en tiempo; y sintió, de repente, un miedo intenso al recordar que la llama más leve inicia un gran holocausto, y el suyo, sin que ella lo advirtiese había comenzado.

Eran las nueve de la noche cuando de regreso a casa una de las ruedas del auto sufrió un pinchazo, obligándola a detenerse en el arcén de la carretera, todavía se adivinaban los últimos rayos de sol en el horizonte que lejanamente encubría su maldad mortífera y noctámbula. Bajó del vehículo, abrió el maletero y pudo comprobar, algo desconsolada, que la rueda de repuesto brillaba por su ausencia, así que decidió ponerse a caminar por el borde de la carretera, en espera de que alguien las acercase hasta el pueblo, a menos de tres millas de donde se encontraba.

No hubo tanta suerte, sobre todo cunado el destino te tiene reservada otro tipo de fortuna, que en este caso no iba a ser, precisamente afortunada. Encendió un cigarrillo y contempló cómo la noche se iba apoderando de todos los espacios que pocos minutos antes habían brillado en plana luz del día.
<< Si acelero el paso en menos de veinte minutos estaré en casa de Deif>> se dijo como buscando en estas palabras el ánimo que en esos momentos en los que la oscuridad se convertía, sigilosa y peligrosamente en su compañera, la estaba abandonando.

Sin darse cuenta se desvió de la carretera y al poco tiempo estaba en medio de un bosque que nunca había visitado a pesar de haberlo visto allí millones de veces, pero nunca se le hubiera ocurrido traspasar las líneas del lindero, porque tenía miedo al bosque, a sus fieras, a sus sigilosos espectros. Ahora no tenía más remedio que buscar la salida.
<> se repitió varias veces en voz alta buscando un aliado en sus palabras y en su voz, pero la única respuesta que tuvo fue un eco tembloroso como afectado por una aparición fantasmal. No había de qué preocuparse, tenía un buen encendedor y aún le quedaban cigarrillos, así que se dio unos golpecitos en el hombre y reanudó el camino alumbrándose con el mechero y aspirando profundas caladas de humo de sus cigarrillos bajos en nicotina.

Un sonido la detuvo en seco, el sonido provenía de algún lugar de aquel espeso bosque por el que Sofía intentaba, en vano, deshacerse de las ramas que le obstaculizaban el paso produciéndole arañazos que el miedo no le dejaba sentir, si hubieran sido las caricias de Tom, pensó, ahora estaría en casa fuera de peligro, pero no era así. El encendedor dio su última ráfaga y entonces la oscuridad fue tan profunda que Sofía tuvo que andar como un ciego tropezando con arbustos, ramas caídas, piedras…

El suplicio acababa de llegar, entonces se sentó en espera de que se le ocurriese alguna solución, así decidió contemplar las estrellas, en ellas encontraría una señal, una luz que la iluminase para hacer el resto del camino. No fue la luz de una estrella la que vislumbró entre la maraña de la vegetación, sino que fue la luz de un candil que un hombre asía con su garra derecha, mientras que con la izquierda sujetaba con una rudeza primitiva un bate de béisbol. Silbó varias veces. Sofía se meo en los pantalones porque intuyó que su miedo era el presagio de su desgracia.