Letras tu revista literaria

jueves, 27 de noviembre de 2008

La mariposa extendió sus alas


La mariposa extendió sus alas y entre la transparencia de sus formas se dibujó un centauro. El sol inclinó la balanza hacia la noche y él le dijo: deberíamos dejar la pistola en algún lugar- ella pestañeando como lo hacía cuando se encontraba nerviosa respondió:- mejor la dejamos en una incineradora de basuras- al decir la última palabra cerró los carnosos labios y moviéndolos levemente hacia el exterior escupió un beso lleno de pasión.

Se estaba retrasando demasiado, pensó Adela mientras destripaba una dorada; sí, se está retrasando más de lo acostumbrado, volvió repetirse en un monólogo interno. Ya sé que normalmente se pasa por el bar y allí se toma un par de vinos con sus amigotes, sí, los de la oficina, pero eso a lo máximo son dos horas, pero seis o siete como es la ocasión nunca, algo ha debido de pasarle. La dorada quedó despedazada abierta en canal y preparada para ser adobada; Adela se lavó las manos y nerviosa las secó y con temblor de dedos sacó un cigarrillo, se lo llevó a la boca, lo encendió y aspiró hondamente. Son muchos años, siempre la misma rutina, los mismos retrasos, dos horas a los máximo, se dijo y volvió a mirar el reloj y luego por la ventana. Tenía que hacer algo, iría al bar, sabía que esto le costaría una buena bronca porque a Emilio no le gustaba que su mujer anduviera por ahí buscándolo.
Espero una hora más si no iré a buscarlo a pesar de que le siente mal, volvió a pensar y abrió la nevera, sacó una botella de vino y se sirvió en una vaso de los que a Emilio le gustaban.

La incineradora estaba a las afueras de Pollkiti, a unos siete kilómetros, en una valle que olía a podredumbre y en el que una gasa de humo parecía invadirlo todo, dando al paisaje un aspecto tétrico, más bien terrorífico. Por el camino se vieron las luces de un auto que se acercaba lentamente, el guardia de seguridad se arrellanó en la silla de la garita desde la que se veía la carretera y el camino que llevaba hasta la puerta del basurero, y pensó:otra pareja que se lo va a pasar en grande. Muchas veces jugaba a adivinar lo que harían aquellas parejas que por el camino se dirigían al descampado que hay unos metros más abajo de donde acaban las tierras de la incineradora: Claro que, acostumbrado él a los fétidos olores, no se le ocurría pensar en cómo aquellas parejas podían soportar aquel hedor. Y se dejaba llevar por la imaginación llegando, a veces, al éxtasis, tanto que incluso, en varias ocasiones, sitió la calidez de la eyaculación bajándole hacia la pierna. Cuando esto ocurría se levantaba metiendo la mano en el bolsillo para evitar que el pantalón se le mojara y se introducía en el baño.
Pero esta noche no tiene la cabeza en fantasías sexuales sino en el fútbol que están dando por televisión y se abstrae de su entorno metiendo la cabeza en el partido, gana el Euseb de Dontic por dos goles al Asbe de Lantac, y todavía queda más de media hora del segundo tiempo.

-Te lo dije imbécil, no ves que la incineradora está vigilada- dijo Agnes sentada en el asiento trasero mientras desalojaba de pertenencias una bolsa de viaje.
-Qué listas sois las mujeres- respondió malhumorado su compañero que conducía con parsimonia como si el tiempo fuese su cómplice-; a la primera de cambio ya estáis poniendo pegas, pero cuando las cosas van bien, bien que os echáis los méritos.
-Tú qué sabrás de mujeres estúpido- respondió desagradablemente Agnes-, lo que tienes que hacer es deshacerte de la pistola y del fiambre, a los dos los echamos a la incineradora y santas pascuas.

El Asbe de Lantac había empatado el partido, el guardia se puso furioso por el resultado, no en vano era fanático seguidor del Euseb de Dontic, tanto que, incluso, cuando podía, iba al campo con los pellejos sangrientos que era el grupo más violento que dejaban entrar en los partidos, cosa que nadie entendía porque estos, en cada partido, arrasaban a su paso golpeando a todo aquel que se pusiese en su camino.
El agente de seguridad se levantó gritando y se dirigió al baño.

En el camino el auto había detenido su marcha y apagado las luces, Piero bajó con la pistola en la mano, le dijo a Agnes que esperase allí tranquila y por nada del mundo se moviese.
-Aquí no me quedo con éste fiambre- dijo resuelta a salir. Piero la detuvo y le puso la punta del cañón del arma sobre sus carnosos labios. Agnes entendió que mejor sería quedarse, aunque tuviese que acompañar al cadáver que parecía haber comenzado a descomponerse.
-¿A cuánto tiempo se descompone un pringado?- preguntó intentando poner algo de humor al momento.
-¿Quieres comprobarlo por ti misma?- respondió Piero con su sonrisa cínica.

La mariposa volvió a extender sus alas y un centauro se dibujó sobre el polen que flotaba en la noche. Adela tras haber esperado más de doce horas y haber fumado casi dos paquetes de tabaco, decidió salir en busca de Emilio.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Hacía frío


Hacía frío, la calefacción del auto no funcionaba y llevaba un par de horas conduciendo hacia ningún lugar determinado. Sí, hacía frío por fuera y por dentro, pero es peor el frío interior porque no hay remedio alguno para someterlo: un buen trago de ginebra lo aliviaría momentáneamente, pensó mientras se frotaba la mano derecha sobre el pantalón.
A unos quinientos metros surgía como una aparición una venta donde luces rojas, azules y amarillas daban un tono festivo al sombrío páramo. Allí podía entrar en calor, al menos del físico, el otro intentaría calmarlo o bien con un par de tragos o con la compañía de una de las chicas que esperaban impacientes la entrada de clientes.
Frío en el interior, llevaba ese hielo interno desde que Matilde se fugó con su mejor amiga. Un hombre, se dijo entonces, puede luchar por una mujer si es otro hombre el rival, pero no se puede vencer a las armas de las mujeres. Y Matilde se fue con su amiga a vivir una vida de felicidad, y él se quedó con el frío dentro que sólo podía aliviar con algún trago de ginebra azul, y con la compañía de alguna chica de vida, según él las definía, alegre o irreverente con la moral establecida.
Entró en el local y el único cliente que había era un tipo con el rostro arrugado, no por ser símbolo de la vejez, porque era un hombre joven, sino como vestigio de haber escapado de un fuego; la cara era monstruosa, los párpados habían desaparecido, la nariz sólo era un hueso, los labios parecían haberse encogido como estirados por un mecanismo invisible; la totalidad de aquel rostro lo estremeció, era un tipo verdaderamente monstruoso. Sobre la barra, a su lado brillaba una jarra de cerveza y del otro lado de ésta un farol nórdico ilumina en rededor con una vela en su interior. Tras haber hecho esta observación Raúl, se estremeció no ya por su frío interno o externo sino por la visión de la garra con la aquel hombre asía la jarra de cerveza. El tipo hizo ademán de brindis y miró detenidamente al recién llegado. Dos chicas huesudas y con alargadas ojeras que matizaban su delgadez y la blancura de sus rostros se le acercaron raudas a consolar al nuevo cliente. Raúl sintió todavía, si cabe, más frío; el frío que emanaba de aquellas criaturas lo envolvió totalmente. Lo empujaron literalmente hacia la barra, una de ellas pasó a la parte trasera de la misma y le sirvió un trago de ginebra azul sin haberla pedido. Ella ya sabía de qué frío sufría el recién llegado.
El hombre de la garra y el farol nórdico puso unas monedas sobre la barra y salió del local donde quedó Raúl a la disposición de aquellas Ninfas cadavéricas…

lunes, 17 de noviembre de 2008

La in "sola" ción...



Era el calor, si duda, la causa de su desmayo. Bebió un largo trago de agua helada; dos lágrimas surcaron su faz arañada de surcos; un frío intenso bajó por su esófago y fue a regurgitar en el infierno de su estómago, dos gotas gemelas recorrieron el vertiginoso abismo para ir a caer sobre unos bellos pies, pero estos no eran los suyos...

viernes, 14 de noviembre de 2008

Un fallo en el motor



La noche se alzó victoriosa como una plaga de langostas sobre un inmenso océano de trigo. El motor del coche rugió por cuarta vez sin éxito alguno pero dando a entender que cabía la esperanza de éste.
Maribel, algo nerviosa, encendió el sexto cigarrillo mientras Abel sequía ensimismado afanándose por llevar a buen fin el carraspeo de su desvencijada furgoneta.
En la profundidad de la oscuridad, a unos metros de distancia una garra se aferra a un farol nórdico que ilumina el rostro desencajado de su portador que camina asiendo con la mano derecha un bate de béisbol, y con la zarpa izquierda la luminaria a modo de luciérnaga que va creando destellos en las oscuridades del bosque.
-Abel, tengo frío, no podemos quedarnos aquí toda la noche, haz algo, inútil- le reprocha Maribel a su amante, mientras él con las manos manchadas de grasa intenta por enésima vez poner el motor en marcha fracasando en el nuevo intento.
-No te preocupes que todo va ir bien- le responde intentando tranquilizarla.
El silencio de la noche secuestra todos los espacios, el tiempo parece haber desaparecido deteniendo todo cuanto habita en rededor. La zarpa ase el farol y mide sus pasos casi a tientas como un ciego se maneja entre una muchedumbre sin tropezar con nadie. Un soplo de una boca feroz y deseosa de sangre apaga la luminaria que lucía trémula dentro del farol nórdico y el bosque queda en la más absoluta oscuridad.
-Abel, te lo ruego, haz algo, vayámonos de aquí- vuelve a repetir por vigésima vez Maribel que se ha fumado casi todo el paquete de cigarrillos.
-Ya está casi, cariño, esta vez seguro que se pone en marcha- resopla Abel que parece haber sufrido una mutación y de blanco se ha convertido en negro. Entra en la furgoneta y vuelve a intentarlo nuevamente y esta vez con éxito. Maribel sube rápidamente, pero para cuando va a cerrar la puerta una zarpa se interpone impidiendo que la puerta quede cerrada. Un grito quiebra las sombras. Es el grito que Maribel acaba de enviar al mundo cuando contempla el rostro del portador del farol nórdico, a la vez que éste golpea, alzando el bate, sobre el rostro inmaculado de Maribel. Abel, indeciso ante lo inesperado, intenta salir de allí poniendo la primera marcha, y en ese momento el motor envía su estertor a la noche y queda en el más absoluto silencio. Un búho ulula en su atalaya, los lobos aúllan en la colina, una raposa se desliza lenta y sigilosamente en el interior del gallinero donde una docena de polluelos se cobija bajo el ala de una bella durmiente conocida en el corral como Blancanieves.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Producto con fecha de caducidad


El hombre, además de ser un producto defectuoso, es, inevitablemente, producto con fecha de caducidad.
¿Cómo sería el hombre si la fecha que dicta el día de su retirada del “mercado”, la llevase impresa cual lata de berberechos en su tinta? (Ya sé que los berberechos no tienen tinta). Pues en su salsa.
No quiero imaginarlo porque sin llevarla tatuada como se tatúan los “hombres” amor de madre, o te amo Pili, son algo, cómo los definiría: monstruosos, egoístas, crueles, ruines, zafios…; no, definitivamente no quiero saber ni imaginar cómo se comportarían los malhechores, los bondadosos, los poderosos, los pobres, los dictadores, los “demócratas”, los socialistas, los comunistas, los fascistas, los pederastas, los asesinos, los mercenarios… al contemplarse su fecha de caducidad al levantarse y acostarse, con la estupefacción que tenemos cuando nos encontramos que la única lata de sardinas que hay en la despensa caducó hace unas semanas, que al yogur que ha sido invadido por una legión de seres amorfos y en su calidad de uniformidad devoradora vestidos con un traje de moho, no le podemos hincar el diente…
No, no me lo imagino cómo sería el hombre si supiera con certeza el día de su juicio final.
¿Sería mejor en sus acciones al saber cuándo le sobrevendría el fatídico día?
¿Sería peor, incluso, de lo que lo es en su interrelación social hipócrita y poco honesta?
Menos mal que el hombre como producto defectuoso no lleva inscrita la fatalidad del desenlace de su existencia, porque de este modo mantiene la esperanza, aunque falsa, de alcanzar la eternidad, por supuesto ficticia, aunque algunos filósofos griegos mantuvieran, en su época, que todo es cíclico y que el hombre deja el cuerpo físico, pero se incorpora, su alma, al mundo de lo no visible o de los cuatro elementos.

¿Qué me dices de esta palabra?: Independencia.
En el próximo artículo analizaré en profundidad la falsedad de esta palabra. Por lo pronto sigan “asín”* como dicen en algunos pueblos por que es “muncho”* como dicen en otros, lo que tenemos que ganar por no llevar la fecha de caducidad impresa como una lata de mejillones; pero es curioso por muchas vueltas que le doy no encuentro la razón de que exista una palabra como Independencia…

*Asín: todavía en muchos pueblos y ciudades se dice de este modo en vez de así como adverbio de modo.
*Muncho: también es una forma que adopta el adverbio mucho al que se le suma la ene.


miércoles, 5 de noviembre de 2008

Sintió miedo




Sintió miedo como si la noche con sus fieras fuere a caerle encima mientras caminaba, absorta mirando las estrellas. Se había desorientado y no sabía hacia dónde dirigir sus pasos.
No hacía frío sino una cálida brisa que a veces le sugería alguna escena lujuriosa de una Roma que había ardido tras ella, pero de eso hacía mucho tiempo y ella no estaba ni mucho menos cerca al lugar de incendio ni en espacio ni en tiempo; y sintió, de repente, un miedo intenso al recordar que la llama más leve inicia un gran holocausto, y el suyo, sin que ella lo advirtiese había comenzado.

Eran las nueve de la noche cuando de regreso a casa una de las ruedas del auto sufrió un pinchazo, obligándola a detenerse en el arcén de la carretera, todavía se adivinaban los últimos rayos de sol en el horizonte que lejanamente encubría su maldad mortífera y noctámbula. Bajó del vehículo, abrió el maletero y pudo comprobar, algo desconsolada, que la rueda de repuesto brillaba por su ausencia, así que decidió ponerse a caminar por el borde de la carretera, en espera de que alguien las acercase hasta el pueblo, a menos de tres millas de donde se encontraba.

No hubo tanta suerte, sobre todo cunado el destino te tiene reservada otro tipo de fortuna, que en este caso no iba a ser, precisamente afortunada. Encendió un cigarrillo y contempló cómo la noche se iba apoderando de todos los espacios que pocos minutos antes habían brillado en plana luz del día.
<< Si acelero el paso en menos de veinte minutos estaré en casa de Deif>> se dijo como buscando en estas palabras el ánimo que en esos momentos en los que la oscuridad se convertía, sigilosa y peligrosamente en su compañera, la estaba abandonando.

Sin darse cuenta se desvió de la carretera y al poco tiempo estaba en medio de un bosque que nunca había visitado a pesar de haberlo visto allí millones de veces, pero nunca se le hubiera ocurrido traspasar las líneas del lindero, porque tenía miedo al bosque, a sus fieras, a sus sigilosos espectros. Ahora no tenía más remedio que buscar la salida.
<> se repitió varias veces en voz alta buscando un aliado en sus palabras y en su voz, pero la única respuesta que tuvo fue un eco tembloroso como afectado por una aparición fantasmal. No había de qué preocuparse, tenía un buen encendedor y aún le quedaban cigarrillos, así que se dio unos golpecitos en el hombre y reanudó el camino alumbrándose con el mechero y aspirando profundas caladas de humo de sus cigarrillos bajos en nicotina.

Un sonido la detuvo en seco, el sonido provenía de algún lugar de aquel espeso bosque por el que Sofía intentaba, en vano, deshacerse de las ramas que le obstaculizaban el paso produciéndole arañazos que el miedo no le dejaba sentir, si hubieran sido las caricias de Tom, pensó, ahora estaría en casa fuera de peligro, pero no era así. El encendedor dio su última ráfaga y entonces la oscuridad fue tan profunda que Sofía tuvo que andar como un ciego tropezando con arbustos, ramas caídas, piedras…

El suplicio acababa de llegar, entonces se sentó en espera de que se le ocurriese alguna solución, así decidió contemplar las estrellas, en ellas encontraría una señal, una luz que la iluminase para hacer el resto del camino. No fue la luz de una estrella la que vislumbró entre la maraña de la vegetación, sino que fue la luz de un candil que un hombre asía con su garra derecha, mientras que con la izquierda sujetaba con una rudeza primitiva un bate de béisbol. Silbó varias veces. Sofía se meo en los pantalones porque intuyó que su miedo era el presagio de su desgracia.


lunes, 3 de noviembre de 2008

La sombra


Sus labios se cerraron como asistidos por un mecanismo oculto. Cerró los ojos al mismo tiempo que la oscuridad se cernía sobre su cuerpo.
Hubo gritos en la calle junto a la farmacia; sí, fueron gritos de un hombre sorprendido por el terror, más bien el horror de lo que sus ojos acababan de ver.
Un hilo de viento como un sedal estranguló la poca llama que quedaba de la vela, las sombras se agitaron en las paredes con los últimos destellos de aquella luz mortecina que asía en su afilada garra izquierda el enterrador.

Las hojas cayeron cortadas por el filo de la navaja del viento que ululó con desidia amortiguada por un grito. Sí, fue el grito de un hombre sorprendido por el horror.
A lo lejos, en dirección a él, un automóvil se dejaba caer por la pendiente de la calle iluminando a escasos metros de distancia con sus faros amarillentos. Los faros se apagaron y todo quedó en la más absoluta oscuridad, tan sólo los ojos de un gato brillaron en la misma y fueron a perderse por el callejón donde minutos antes, ella entraba para alimentar a sus animales preferidos, las ratas.

-Así debió ocurrir, creo yo- le dice el hombre del candil en la garra izquierda al policía.
-¿Cómo dice usted?- pregunta el agente sacando su pistola.
-No es necesario ese artefacto- tiembla el hombre mirando desorientado y deslumbrado el haz de luz de la linterna que porta el policía para sacar a la luz las sombras del dantesco espectáculo.
-Sí, así debió ocurrir, ellas son las culpables- y diciendo esto golpeó el suelo con su bota de soldado sacudiendo con la puntera de acero una de las mascotas preferidas de la mujer que yacía a los pies de ambos, del hombre del candil apagado y del policía con la linterna en la mano.
Sobre el cálido cuerpo una danza macabra de roedores… ahuyenta la sombra de un recuerdo.