Letras tu revista literaria

domingo, 28 de diciembre de 2008

Tais y la leyenda del farol nórdico

Tarde de lluvia

Llovía a mares desde las ocho de la mañana. Tais se había despertado varias veces en la noche, había tenido un sueño inquieto: soñó con leones que querían comérsela. Sobre todo un enorme león de melena negra y greñuda del que escapó como siempre se escapa de los peligros en los sueños, despertando. Y allí estaba la luz del farol nórdico iluminando su cuarto. El farol lo había comprado una mañana que se encontraba de camino a la escuela, en una tienda que hay en la carretera antes de llegar al pueblo.

La tienda estaba vacía. No había ningún cliente. Tais quería comprar algunas chucherías para los niños, todos los viernes lo hacía, y este había olvidado comprarlas, así que paró en aquella tienda al borde de la carreta, lugar al que no hubiera ido nunca si no hubiera sido por la necesidad. De repente un señor la sorprendió saliendo de detrás de una cortina. El hombre tenía un rostro apacible, de rechonchas y sonrosadas mejillas y una sonrisa plácida y amable.
-¡Buenos días!- dijo amablemente-. Nunca la he visto por aquí, ¿es usted de fuera?
-Eso debe ser porque nunca he venido- respondió Tais que tenía esa manía de cortar a la gente en cuanto la saludaban.
-Eso es más que evidente, y ¿qué se le ofrece señorita?- preguntó el tendero demostrando una vez más su amabilidad.
-Perdone, si he sido algo brusca- se disculpó Tais.
-No se apure señorita, estoy acostumbrado, en un lugar como este entra mucha gente rara, no quiero decir que usted sea rara, quizá algo arisca- intentó arreglar lo que parecía insalvable el buen hombre.
-No se preocupe, lo entiendo. Soy nueva por aquí, trabajo en la escuela y olvidé comprar las chucherías de los viernes, y me dije entraré en la tienda de la carretera. Vivo cerca de aquí- aclaró Tais.
-Bienvenida entonces señorita- sonrió el tendero de sonrosadas mejillas-, mire, como le decía antes sobre que entra gente rara por aquí, sin ir más lejos el otro día- hizo una pausa y se dirigió a un estante de detrás del mostrador y de él cogió lo que a Tais le pareció un farol-, ¿ve este bonito y viejo farol?, lo dejó hace unos meses un tipo, que si le digo la verdad me causó terror al verlo- se detuvo y le acercó el farol a Tais.
-Muy interesante- dijo ella sin apenas mirarlo. No había venido a comprar nada que no fuesen las golosinas para sus niños.
-Pero quizá le interese llevárselo por un buen precio. El hombre que me lo dejó dice que tiene una leyenda muy antigua sobre él. Cuando estuve a punto de pedirle que me la contase, el tipo: ¿sabe lo que hizo?- carraspeó el hombre, se rascó la brillante calva y miró por la ventana a un punto indeterminado y siguió-, se dio media vuelta y sin decir nada más se fue por donde había venido, y hasta hoy, ni siquiera me dio tiempo a darle algo por la reliquia- terminó el tendero, sacó un pañuelo y se secó el sudor.
-Muy bien- dijo Tais sin aparentar curiosidad por la historia ni por el farol-, quiero veinticinco de estos, y otros tantos de aquellos, es suficiente, dos por niño.
-Aquí tiene, ¿señorita…?- dejó en el aire la pregunta para ver si ella entendía que debía presentarse por educación.
-Señorita Tais- dijo ella sabiendo que así debía hacerlo.
-Gracias señorita Tais, bonito nombre el mío es Teodor- dijo el tendero-, ¿no quiere llevarse esta reliquia, seguro que le irá bien en su casa?- terminó preguntando mientras le daba el cambio a Tais.
-Está bien- dijo ella tras pensarlo unos segundos-, me lo llevaré, seguro que quedará bien en mi habitación.
Así es como Tais se hizo con el farol nórdico, y así es como comenzó su terrorífica aventura…

jueves, 18 de diciembre de 2008

De lo cotidiano I


Magdalena termina su trabajo de bollería. El centinela entra en su caseta, pone la televisión y se duerme con el murmullo de una discusión absurda. En el bosque el rostro desencajado de un animal se guía por el leve e intermitente resplandor que el farol nórdico produce en la oscuridad.

Magdalena apaga las luces y se introduce en la cama. El centinela se despierta excitado como si hubiera tenido un sueño erótico, sus manos están salpicadas de algo pegajoso, pero no es blanco, es rojo. Magdalena sueña con llanuras vírgenes e inmaculados prados donde retozan, alegres, unas bucólicas vaquitas.

El faro, nórdico sigue bamboleándose en la espesura de la noche. Un búho ulula en el eco lejano de la oscuridad. El palo bien asido con su mano; el rostro iluminado con la intermitencia parece más terrible que en la misma oscuridad. La garra ase con fuerza el farol. Los dientes rechinan y se oyen como tacones de claque recorriendo un escenario en busca de la victima.

Magdalena sigue inmersa en su celestial campiña. Un toro enorme aparece ante ella. Falo inhiesto. Mugido placentero y sus dedos corriendo como hormigas hacia el hormiguero. El centinela vuelve a buscar los rincones de la pesadilla y con un farol nórdico asido en la mano derecha, y un palo en la otra, mira, con ojos reveladores de sadismo, la dulce faz de Magdalena que unge las pezuñas del Tauro con satisfacción aprehendida por los siglos.

El viento se detiene en cada árbol para medir el tiempo. La corteza lo recibe como una concubina recibe a su amante en una noche de azorada desidia. Golpea el centinela en su sueño sobre la faz de la luna. Las estrellas manchas de sangre en la arena galáctica. Medea vierte el mágico veneno sobre la sien del argonauta, el centinela regresa eufórico a su reparador sueño. En el bosque la garra sigue aferrada al farol nórdico, y vate con furia sobre las entrañas de la oscuridad con el palo que asido a su otra garra saca astillas sobre el tiempo.

Magdalena no regresa, ha sucumbido al idílico paraje en el que yace tumbada bajo la sombra de una higuera centenaria, donde un antiguo sabio la toma en sus brazos para amarla.

sábado, 6 de diciembre de 2008

De lo cotidiano

El centinela marchaba con paso marcial. Se detuvo al oír un sonido que se salía de lo acostumbrado para él. Olisqueó el aire y un tufo como de animal se apoderó de su nariz. Cargó el arma y sigiloso se acercó a la alambrada que lo separaba del bosque.

En la cocina moldea la harina Magdalena, con el tesón que le es peculiar de su carácter y mientras amasa canturrea una canción que aprendió en la escuela: “tiene mi niña los ojos verdes, ay tan verdes como esmeraldas, verdes, verdes…”

De la oscuridad del bosque saltan hacia la alambrada dos luminosos ojos; son los de un venado que acostumbra a acercarse todas las noches para que el centinela le de su ración de azúcar en forma de caramelo. Feliz el animal se deja acariciar por el centinela que se encuentra seguro tras la valla, nunca se atrevería a pasar al otro lado, aunque vaya con el arma y todo; no, tiene un miedo atroz a la espesura y negrura del bosque que parece que lo va a devorar si cruza la empalizada.

Magdalena ya tiene preparada la masa y metida en el horno para hornear el sabroso pan de nueces que tan sólo ella sabe hacer dándole este punto que nadie más sabe darle. Cuando ya ha dispuesto el horno: temperatura y tiempo. Se queda mirando por la ventana, la oscuridad es tan intensa como la fogosidad de esos jóvenes a los que la testosterona los trae por la calle de la amargura; y en el fondo de toda esa negrura el bosque parece alzarse insolente con una prepotencia que desquicia a los que viven en sus orillas.

El venado, una vez satisfecho, vuelve al lugar que le corresponde para seguir en su paseo nocturno hasta llegar al amanecer al lago, lugar donde templará su cornamenta y afilará sus puntas para las peleas en la berrea. El centinela piensa en Magdalena y en la última vez que se vieron, ya hace unos meses, tantos como los que él lleva en el dichoso trabajo de guarda nocturno de una central térmica o algo parecido, pero que de momento no se encuentra en activo. Pasillos y pasillos solitarios y húmedos, patios enromes donde se asoman enormes tanques de no sabe qué. Él no hace preguntas, se limita a cumplir con su obligación, no están los tiempos para andar por ahí preguntando a quien le paga qué o para qué o cómo o quiénes… no es asunto suyo; él llega a las doce de la noche y se marcha a las doce de la mañana, así un día tras otro, sin descanso, pero no están los tiempos…

La alarma del horno ha comenzado a sonar y Magdalena deja su otra tarea, la costura, y entra en la cocina para retirar del horno el pan que ya está en su punto. Al abrir la puerta del horno el olor a pan recién hecho invade toda la estancia y su nariz festeja ese dulce aroma de nueces. Tras la ventana, en la oscuridad del bosque una luz aparece y desaparece como haciendo señales. Una garra ase la lámpara nórdica de la que procede la luz intermitente, la mano libre ase un palo de madera, y entre destello y destello un rostro descarnado es iluminado con la misma intermitencia con la que iluminan los faros en las costas…
Continuará

viernes, 5 de diciembre de 2008

Revista Digital Letras Diciembre


Ya puedes bajarte la Revista Digital Letras de diciembre. Decirte que a partir de aquí la Revista tendrá carácter mensual, y la podrás bajar el día 5 de cada mes; así que la próxima será en la víspera de reyes: ¿quizá un buen regalo?
El número de diciembre está dedicado a Mujeres Creadoras.
Si quieres recibir la Revista a través de tu email escríbenos a: alvaeno@alvaeno.com
Espero que te guste.
Un fraternal abrazo.
Salvador Moreno Valencia

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jueves, 27 de noviembre de 2008

La mariposa extendió sus alas


La mariposa extendió sus alas y entre la transparencia de sus formas se dibujó un centauro. El sol inclinó la balanza hacia la noche y él le dijo: deberíamos dejar la pistola en algún lugar- ella pestañeando como lo hacía cuando se encontraba nerviosa respondió:- mejor la dejamos en una incineradora de basuras- al decir la última palabra cerró los carnosos labios y moviéndolos levemente hacia el exterior escupió un beso lleno de pasión.

Se estaba retrasando demasiado, pensó Adela mientras destripaba una dorada; sí, se está retrasando más de lo acostumbrado, volvió repetirse en un monólogo interno. Ya sé que normalmente se pasa por el bar y allí se toma un par de vinos con sus amigotes, sí, los de la oficina, pero eso a lo máximo son dos horas, pero seis o siete como es la ocasión nunca, algo ha debido de pasarle. La dorada quedó despedazada abierta en canal y preparada para ser adobada; Adela se lavó las manos y nerviosa las secó y con temblor de dedos sacó un cigarrillo, se lo llevó a la boca, lo encendió y aspiró hondamente. Son muchos años, siempre la misma rutina, los mismos retrasos, dos horas a los máximo, se dijo y volvió a mirar el reloj y luego por la ventana. Tenía que hacer algo, iría al bar, sabía que esto le costaría una buena bronca porque a Emilio no le gustaba que su mujer anduviera por ahí buscándolo.
Espero una hora más si no iré a buscarlo a pesar de que le siente mal, volvió a pensar y abrió la nevera, sacó una botella de vino y se sirvió en una vaso de los que a Emilio le gustaban.

La incineradora estaba a las afueras de Pollkiti, a unos siete kilómetros, en una valle que olía a podredumbre y en el que una gasa de humo parecía invadirlo todo, dando al paisaje un aspecto tétrico, más bien terrorífico. Por el camino se vieron las luces de un auto que se acercaba lentamente, el guardia de seguridad se arrellanó en la silla de la garita desde la que se veía la carretera y el camino que llevaba hasta la puerta del basurero, y pensó:otra pareja que se lo va a pasar en grande. Muchas veces jugaba a adivinar lo que harían aquellas parejas que por el camino se dirigían al descampado que hay unos metros más abajo de donde acaban las tierras de la incineradora: Claro que, acostumbrado él a los fétidos olores, no se le ocurría pensar en cómo aquellas parejas podían soportar aquel hedor. Y se dejaba llevar por la imaginación llegando, a veces, al éxtasis, tanto que incluso, en varias ocasiones, sitió la calidez de la eyaculación bajándole hacia la pierna. Cuando esto ocurría se levantaba metiendo la mano en el bolsillo para evitar que el pantalón se le mojara y se introducía en el baño.
Pero esta noche no tiene la cabeza en fantasías sexuales sino en el fútbol que están dando por televisión y se abstrae de su entorno metiendo la cabeza en el partido, gana el Euseb de Dontic por dos goles al Asbe de Lantac, y todavía queda más de media hora del segundo tiempo.

-Te lo dije imbécil, no ves que la incineradora está vigilada- dijo Agnes sentada en el asiento trasero mientras desalojaba de pertenencias una bolsa de viaje.
-Qué listas sois las mujeres- respondió malhumorado su compañero que conducía con parsimonia como si el tiempo fuese su cómplice-; a la primera de cambio ya estáis poniendo pegas, pero cuando las cosas van bien, bien que os echáis los méritos.
-Tú qué sabrás de mujeres estúpido- respondió desagradablemente Agnes-, lo que tienes que hacer es deshacerte de la pistola y del fiambre, a los dos los echamos a la incineradora y santas pascuas.

El Asbe de Lantac había empatado el partido, el guardia se puso furioso por el resultado, no en vano era fanático seguidor del Euseb de Dontic, tanto que, incluso, cuando podía, iba al campo con los pellejos sangrientos que era el grupo más violento que dejaban entrar en los partidos, cosa que nadie entendía porque estos, en cada partido, arrasaban a su paso golpeando a todo aquel que se pusiese en su camino.
El agente de seguridad se levantó gritando y se dirigió al baño.

En el camino el auto había detenido su marcha y apagado las luces, Piero bajó con la pistola en la mano, le dijo a Agnes que esperase allí tranquila y por nada del mundo se moviese.
-Aquí no me quedo con éste fiambre- dijo resuelta a salir. Piero la detuvo y le puso la punta del cañón del arma sobre sus carnosos labios. Agnes entendió que mejor sería quedarse, aunque tuviese que acompañar al cadáver que parecía haber comenzado a descomponerse.
-¿A cuánto tiempo se descompone un pringado?- preguntó intentando poner algo de humor al momento.
-¿Quieres comprobarlo por ti misma?- respondió Piero con su sonrisa cínica.

La mariposa volvió a extender sus alas y un centauro se dibujó sobre el polen que flotaba en la noche. Adela tras haber esperado más de doce horas y haber fumado casi dos paquetes de tabaco, decidió salir en busca de Emilio.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Hacía frío


Hacía frío, la calefacción del auto no funcionaba y llevaba un par de horas conduciendo hacia ningún lugar determinado. Sí, hacía frío por fuera y por dentro, pero es peor el frío interior porque no hay remedio alguno para someterlo: un buen trago de ginebra lo aliviaría momentáneamente, pensó mientras se frotaba la mano derecha sobre el pantalón.
A unos quinientos metros surgía como una aparición una venta donde luces rojas, azules y amarillas daban un tono festivo al sombrío páramo. Allí podía entrar en calor, al menos del físico, el otro intentaría calmarlo o bien con un par de tragos o con la compañía de una de las chicas que esperaban impacientes la entrada de clientes.
Frío en el interior, llevaba ese hielo interno desde que Matilde se fugó con su mejor amiga. Un hombre, se dijo entonces, puede luchar por una mujer si es otro hombre el rival, pero no se puede vencer a las armas de las mujeres. Y Matilde se fue con su amiga a vivir una vida de felicidad, y él se quedó con el frío dentro que sólo podía aliviar con algún trago de ginebra azul, y con la compañía de alguna chica de vida, según él las definía, alegre o irreverente con la moral establecida.
Entró en el local y el único cliente que había era un tipo con el rostro arrugado, no por ser símbolo de la vejez, porque era un hombre joven, sino como vestigio de haber escapado de un fuego; la cara era monstruosa, los párpados habían desaparecido, la nariz sólo era un hueso, los labios parecían haberse encogido como estirados por un mecanismo invisible; la totalidad de aquel rostro lo estremeció, era un tipo verdaderamente monstruoso. Sobre la barra, a su lado brillaba una jarra de cerveza y del otro lado de ésta un farol nórdico ilumina en rededor con una vela en su interior. Tras haber hecho esta observación Raúl, se estremeció no ya por su frío interno o externo sino por la visión de la garra con la aquel hombre asía la jarra de cerveza. El tipo hizo ademán de brindis y miró detenidamente al recién llegado. Dos chicas huesudas y con alargadas ojeras que matizaban su delgadez y la blancura de sus rostros se le acercaron raudas a consolar al nuevo cliente. Raúl sintió todavía, si cabe, más frío; el frío que emanaba de aquellas criaturas lo envolvió totalmente. Lo empujaron literalmente hacia la barra, una de ellas pasó a la parte trasera de la misma y le sirvió un trago de ginebra azul sin haberla pedido. Ella ya sabía de qué frío sufría el recién llegado.
El hombre de la garra y el farol nórdico puso unas monedas sobre la barra y salió del local donde quedó Raúl a la disposición de aquellas Ninfas cadavéricas…

lunes, 17 de noviembre de 2008

La in "sola" ción...



Era el calor, si duda, la causa de su desmayo. Bebió un largo trago de agua helada; dos lágrimas surcaron su faz arañada de surcos; un frío intenso bajó por su esófago y fue a regurgitar en el infierno de su estómago, dos gotas gemelas recorrieron el vertiginoso abismo para ir a caer sobre unos bellos pies, pero estos no eran los suyos...

viernes, 14 de noviembre de 2008

Un fallo en el motor



La noche se alzó victoriosa como una plaga de langostas sobre un inmenso océano de trigo. El motor del coche rugió por cuarta vez sin éxito alguno pero dando a entender que cabía la esperanza de éste.
Maribel, algo nerviosa, encendió el sexto cigarrillo mientras Abel sequía ensimismado afanándose por llevar a buen fin el carraspeo de su desvencijada furgoneta.
En la profundidad de la oscuridad, a unos metros de distancia una garra se aferra a un farol nórdico que ilumina el rostro desencajado de su portador que camina asiendo con la mano derecha un bate de béisbol, y con la zarpa izquierda la luminaria a modo de luciérnaga que va creando destellos en las oscuridades del bosque.
-Abel, tengo frío, no podemos quedarnos aquí toda la noche, haz algo, inútil- le reprocha Maribel a su amante, mientras él con las manos manchadas de grasa intenta por enésima vez poner el motor en marcha fracasando en el nuevo intento.
-No te preocupes que todo va ir bien- le responde intentando tranquilizarla.
El silencio de la noche secuestra todos los espacios, el tiempo parece haber desaparecido deteniendo todo cuanto habita en rededor. La zarpa ase el farol y mide sus pasos casi a tientas como un ciego se maneja entre una muchedumbre sin tropezar con nadie. Un soplo de una boca feroz y deseosa de sangre apaga la luminaria que lucía trémula dentro del farol nórdico y el bosque queda en la más absoluta oscuridad.
-Abel, te lo ruego, haz algo, vayámonos de aquí- vuelve a repetir por vigésima vez Maribel que se ha fumado casi todo el paquete de cigarrillos.
-Ya está casi, cariño, esta vez seguro que se pone en marcha- resopla Abel que parece haber sufrido una mutación y de blanco se ha convertido en negro. Entra en la furgoneta y vuelve a intentarlo nuevamente y esta vez con éxito. Maribel sube rápidamente, pero para cuando va a cerrar la puerta una zarpa se interpone impidiendo que la puerta quede cerrada. Un grito quiebra las sombras. Es el grito que Maribel acaba de enviar al mundo cuando contempla el rostro del portador del farol nórdico, a la vez que éste golpea, alzando el bate, sobre el rostro inmaculado de Maribel. Abel, indeciso ante lo inesperado, intenta salir de allí poniendo la primera marcha, y en ese momento el motor envía su estertor a la noche y queda en el más absoluto silencio. Un búho ulula en su atalaya, los lobos aúllan en la colina, una raposa se desliza lenta y sigilosamente en el interior del gallinero donde una docena de polluelos se cobija bajo el ala de una bella durmiente conocida en el corral como Blancanieves.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Producto con fecha de caducidad


El hombre, además de ser un producto defectuoso, es, inevitablemente, producto con fecha de caducidad.
¿Cómo sería el hombre si la fecha que dicta el día de su retirada del “mercado”, la llevase impresa cual lata de berberechos en su tinta? (Ya sé que los berberechos no tienen tinta). Pues en su salsa.
No quiero imaginarlo porque sin llevarla tatuada como se tatúan los “hombres” amor de madre, o te amo Pili, son algo, cómo los definiría: monstruosos, egoístas, crueles, ruines, zafios…; no, definitivamente no quiero saber ni imaginar cómo se comportarían los malhechores, los bondadosos, los poderosos, los pobres, los dictadores, los “demócratas”, los socialistas, los comunistas, los fascistas, los pederastas, los asesinos, los mercenarios… al contemplarse su fecha de caducidad al levantarse y acostarse, con la estupefacción que tenemos cuando nos encontramos que la única lata de sardinas que hay en la despensa caducó hace unas semanas, que al yogur que ha sido invadido por una legión de seres amorfos y en su calidad de uniformidad devoradora vestidos con un traje de moho, no le podemos hincar el diente…
No, no me lo imagino cómo sería el hombre si supiera con certeza el día de su juicio final.
¿Sería mejor en sus acciones al saber cuándo le sobrevendría el fatídico día?
¿Sería peor, incluso, de lo que lo es en su interrelación social hipócrita y poco honesta?
Menos mal que el hombre como producto defectuoso no lleva inscrita la fatalidad del desenlace de su existencia, porque de este modo mantiene la esperanza, aunque falsa, de alcanzar la eternidad, por supuesto ficticia, aunque algunos filósofos griegos mantuvieran, en su época, que todo es cíclico y que el hombre deja el cuerpo físico, pero se incorpora, su alma, al mundo de lo no visible o de los cuatro elementos.

¿Qué me dices de esta palabra?: Independencia.
En el próximo artículo analizaré en profundidad la falsedad de esta palabra. Por lo pronto sigan “asín”* como dicen en algunos pueblos por que es “muncho”* como dicen en otros, lo que tenemos que ganar por no llevar la fecha de caducidad impresa como una lata de mejillones; pero es curioso por muchas vueltas que le doy no encuentro la razón de que exista una palabra como Independencia…

*Asín: todavía en muchos pueblos y ciudades se dice de este modo en vez de así como adverbio de modo.
*Muncho: también es una forma que adopta el adverbio mucho al que se le suma la ene.


miércoles, 5 de noviembre de 2008

Sintió miedo




Sintió miedo como si la noche con sus fieras fuere a caerle encima mientras caminaba, absorta mirando las estrellas. Se había desorientado y no sabía hacia dónde dirigir sus pasos.
No hacía frío sino una cálida brisa que a veces le sugería alguna escena lujuriosa de una Roma que había ardido tras ella, pero de eso hacía mucho tiempo y ella no estaba ni mucho menos cerca al lugar de incendio ni en espacio ni en tiempo; y sintió, de repente, un miedo intenso al recordar que la llama más leve inicia un gran holocausto, y el suyo, sin que ella lo advirtiese había comenzado.

Eran las nueve de la noche cuando de regreso a casa una de las ruedas del auto sufrió un pinchazo, obligándola a detenerse en el arcén de la carretera, todavía se adivinaban los últimos rayos de sol en el horizonte que lejanamente encubría su maldad mortífera y noctámbula. Bajó del vehículo, abrió el maletero y pudo comprobar, algo desconsolada, que la rueda de repuesto brillaba por su ausencia, así que decidió ponerse a caminar por el borde de la carretera, en espera de que alguien las acercase hasta el pueblo, a menos de tres millas de donde se encontraba.

No hubo tanta suerte, sobre todo cunado el destino te tiene reservada otro tipo de fortuna, que en este caso no iba a ser, precisamente afortunada. Encendió un cigarrillo y contempló cómo la noche se iba apoderando de todos los espacios que pocos minutos antes habían brillado en plana luz del día.
<< Si acelero el paso en menos de veinte minutos estaré en casa de Deif>> se dijo como buscando en estas palabras el ánimo que en esos momentos en los que la oscuridad se convertía, sigilosa y peligrosamente en su compañera, la estaba abandonando.

Sin darse cuenta se desvió de la carretera y al poco tiempo estaba en medio de un bosque que nunca había visitado a pesar de haberlo visto allí millones de veces, pero nunca se le hubiera ocurrido traspasar las líneas del lindero, porque tenía miedo al bosque, a sus fieras, a sus sigilosos espectros. Ahora no tenía más remedio que buscar la salida.
<> se repitió varias veces en voz alta buscando un aliado en sus palabras y en su voz, pero la única respuesta que tuvo fue un eco tembloroso como afectado por una aparición fantasmal. No había de qué preocuparse, tenía un buen encendedor y aún le quedaban cigarrillos, así que se dio unos golpecitos en el hombre y reanudó el camino alumbrándose con el mechero y aspirando profundas caladas de humo de sus cigarrillos bajos en nicotina.

Un sonido la detuvo en seco, el sonido provenía de algún lugar de aquel espeso bosque por el que Sofía intentaba, en vano, deshacerse de las ramas que le obstaculizaban el paso produciéndole arañazos que el miedo no le dejaba sentir, si hubieran sido las caricias de Tom, pensó, ahora estaría en casa fuera de peligro, pero no era así. El encendedor dio su última ráfaga y entonces la oscuridad fue tan profunda que Sofía tuvo que andar como un ciego tropezando con arbustos, ramas caídas, piedras…

El suplicio acababa de llegar, entonces se sentó en espera de que se le ocurriese alguna solución, así decidió contemplar las estrellas, en ellas encontraría una señal, una luz que la iluminase para hacer el resto del camino. No fue la luz de una estrella la que vislumbró entre la maraña de la vegetación, sino que fue la luz de un candil que un hombre asía con su garra derecha, mientras que con la izquierda sujetaba con una rudeza primitiva un bate de béisbol. Silbó varias veces. Sofía se meo en los pantalones porque intuyó que su miedo era el presagio de su desgracia.


lunes, 3 de noviembre de 2008

La sombra


Sus labios se cerraron como asistidos por un mecanismo oculto. Cerró los ojos al mismo tiempo que la oscuridad se cernía sobre su cuerpo.
Hubo gritos en la calle junto a la farmacia; sí, fueron gritos de un hombre sorprendido por el terror, más bien el horror de lo que sus ojos acababan de ver.
Un hilo de viento como un sedal estranguló la poca llama que quedaba de la vela, las sombras se agitaron en las paredes con los últimos destellos de aquella luz mortecina que asía en su afilada garra izquierda el enterrador.

Las hojas cayeron cortadas por el filo de la navaja del viento que ululó con desidia amortiguada por un grito. Sí, fue el grito de un hombre sorprendido por el horror.
A lo lejos, en dirección a él, un automóvil se dejaba caer por la pendiente de la calle iluminando a escasos metros de distancia con sus faros amarillentos. Los faros se apagaron y todo quedó en la más absoluta oscuridad, tan sólo los ojos de un gato brillaron en la misma y fueron a perderse por el callejón donde minutos antes, ella entraba para alimentar a sus animales preferidos, las ratas.

-Así debió ocurrir, creo yo- le dice el hombre del candil en la garra izquierda al policía.
-¿Cómo dice usted?- pregunta el agente sacando su pistola.
-No es necesario ese artefacto- tiembla el hombre mirando desorientado y deslumbrado el haz de luz de la linterna que porta el policía para sacar a la luz las sombras del dantesco espectáculo.
-Sí, así debió ocurrir, ellas son las culpables- y diciendo esto golpeó el suelo con su bota de soldado sacudiendo con la puntera de acero una de las mascotas preferidas de la mujer que yacía a los pies de ambos, del hombre del candil apagado y del policía con la linterna en la mano.
Sobre el cálido cuerpo una danza macabra de roedores… ahuyenta la sombra de un recuerdo.

viernes, 31 de octubre de 2008

Bitácora de un…



Ser un Blogger, llevar una bitácora como un Magallanes, no tener un buen procesador de texto, con traducción incluida; ni siquiera usar remos, ni motor, sólo una vela que como un jirón se agita al viento de la blogsfera y desde el punto más alto del mástil (erecto) diviso tus pechos como sendos montes puntiagudos que me atraen como atraen a los hombres los abismos.
Ser un Blogger, al fin y al cabo, es sentenciar o acabar con lo puesto, quiero decir morir en las letras con las botas puestas, como algún insigne general del que la guerra hizo un héroe, del que la paz hizo una atracción de feria; en este circo ambulante de bloggeros y de los que se expresan usando como terapia el blog, porque nadie, ahí fuera los escucha…

De repente en el dial se oyen interferencias, ella me sigue seduciendo como lo hacía al principio de los tiempos. Pero yo no soy el tiempo, ella es el espacio por el que quisiera perderme, de una vez para siempre, sumergiendo mi cabeza en la caverna, esa oscuridad eterna; ella también es el tiempo, por eso yo quiero perderlo en sus brazos para perderme en el espacio que me brindan sus caricias…

Nuevamente, en el dial, una voz anuncia guerra, conflictos armados, tan viejos, tan eternos como ella que todavía sigue siendo el espacio y el tiempo; yo tan sólo soy un hombre atribulado cuyo vértigo lo atrae hacia lo absurdo del pensamiento: engañarme haciéndome creer que algo soy, con mi bitácora de marino sediento en medio de un inmenso mar del que no podrá tomar ni una sola gota de agua para saciar su sed; es el dial de nuevo…

Quedan diez minutos para que finalice el partido y el equipo visitante vence al local por un terrible, bochornoso, y estruendoso diez cero… Mi amor se fue a la luna, y en ella se inventó una canción… Llorará la luna, llorará el amor…

Los hombres de la IGTS se reúnen para asentar sobre la tierra sus ideas, destructoras, malignas y que amenazan con barrer de la faz del planeta a todo bicho viviente…

Ella me enseña, pero solamente dando a entender que bajo su blusa sus erectos pezones me invitan al goce, a la lujuria de morder sus labios rojos, sus carnosos epitafios…

Que llore la luna, o las estrellas, pero tú, sí, tú, mírame desde tu adentro que yo aquí en tu afuera soy un esqueleto merodeando en esta noche de muertos…

El equipo vencedor es abucheado por los seguidores del equipo local, la policía no puede detener a los agresores que porra en mano cual trogloditas apalean a sus rivales por haberle metido diez goles…

En la radio la voz de la presentadora dedica una canción a una chica, y oigo el estribillo y recuerdo tus azuladas caderas, y tus particulares infusiones, agua caliente, y tus ojos grandes agujeros negros; golpea el estribillo mi sien dolorida por el esfuerzo del recuerdo, cuando veo tus labios que se acercan sensualmente acompañados por tu canto: Llorará la luna…

La sangre se esparce sobre la hierba verde donde unos minutos antes veintidós hombres se debatían entre la vida y la muerte…

Ser Blogger hoy en día es ser Blogger en el pasado…

jueves, 30 de octubre de 2008

La Libertad


¿Es una bandera de color sangre?
¿Es un coche último modelo?
¿Es un teléfono móvil última generación?
¿Es un G 20 decidiendo por el resto de los millones de habitantes del mundo?
¿Es una jornada laboral de 65h?
¿Es una hipoteca imposible de pagar?
¿Es un alquiler que supera el 50% del salario interprofesional?
¿Es un no llenar la cesta de la compra por menos de 50€?
¿Es adquirir objetos inservibles?
¿Es pedir un préstamo para las vacaciones?
¿Es tener que pagar la Universidad?
¿Es tener que pagar los gastos de Enseñanza Pública?
¿Es aguantar la subida de la gasolina?
¿Es aguantar la subida de la leche, el pan y los huevos?
¿Es tener miedo a que te despidan?
¿Es tener que soportar al jefe?
¿Es tener que producir para mantener en estatus de vida de los ricos?
¿Es un ataque preventivo?
¿Es un atentado terrorista?
¿Es un terrorismo de Estado?
¿Es que nos dejen con lo puesto?
¿Es creer en la Democracia?
¿Es votar y aguantarte con el resultado?
¿Es permitir que nos exploten y que nos opriman?
¿Es una mentira?
¿Qué coño es la Libertad?

viernes, 24 de octubre de 2008

Humo de cigarrillos



Ella le sostuvo la mirada, pero él se disipó en la bocanada de humo de su cigarro como meditando lo que iba a decir, y antes de que pusiera en el aire una sola sílaba ella puso su dedo índice sobre los labios de él, que se decidían a cumplir la orden del cerebro para hablar; suavemente, primero, ella, hizo presión sobre los carnosos bordes nacarados de él, para ir presionando con más fuerza, mientras con la mano derecha le cogía los testículos para retorcérselos sin misericordia alguna.
Luego, él, tumbado sobre el suelo mojado, pudo oír el sonido que los tacones dejaban en el eco de aquel infesto callejón sin salida…

miércoles, 22 de octubre de 2008

Al otro lado de la calle


Siempre camino por el otro lado de la calle (no por la acera de enfrente con todos mis respetos al mundo gay) para observarme en la distancia que es, según he oído, la mejor forma de conocerse a sí mismo, o de odiarse, pero yo no me odio, todo lo contrario me amo con locura. También he tenido grandes batallas para mantener el control mental, y en muchas fui derrotado por ese otro yo, ese, sí, el mismo que observo desde la acera de enfrente (volvamos a la no connotación de orden sexual), y en otras tantas vencí, sí, yo, ese que se distancia de mí para conocerme: ¿no es una locura?
Ya controlo mi mente, pero todavía, algunas veces, me gusta soltarla para que enloquezca un poco, y así poder seguir, de vez en cuando, caminando por el otro lado de la calle, no encuentro otro modo más excitante que este para conocerme a mí mismo.
Me gusta compadecerme de mí y por supuesto de ti, es una forma, también, de liberarse, en la compasión está la paz interior.
Renunciar a algo es un ejercicio de absoluta Libertad.
Soy aprendiz de la vida, entonces, quizá, también de psicólogo y siempre he sido un ignorante endiablado, y rechazo las preguntas capciosas por lo prepotente de las mismas, otra cosa es la ironía...

No creo que sea falso lo de "Renunciar es un ejercicio de absoluta Libertad" y la escribo con mayúsculas porque es una Libertad, evidentemente, inalcanzable para mentes arraigadas en conceptos más falsos que el hecho de la renuncia.
No existe ser humano libre por ser incapaz de renunciar a nada de lo que su vida está hecha, incluso de sí mismo.

No me burlo de ti cuando digo lo de caminar por el otro lado de la calle, sé quién soy, y sé muchas cosas que otros no sabrán jamás aún cuando sean meras enciclopedias con patas, pura teoría, nada práctica a la hora de enfrentarse a la realidad.
Sobre el control mental te puedo asegurar, también, que poseo una capacidad, incluso, alarmante para el resto de los mortales; y no deberías dar por hecho lo que ni siquiera sabes porque yo lo haya dicho, especulas con tus apreciaciones sobre mí, no sé por qué haces esas consideraciones, faltas de veracidad en cuanto a mí Mente, mi Persona, mi Libertad y mi Capacidad para la renuncia que tú desconoces. Y no creo que eso sea irse por peteneras:
Entre otras cosas, sobre el control de mi Mente: tengo la capacidad de sanar a través de la energía, a lo que he llegado tras mucha meditación y mucho abrazar árboles y tenderme a sentir el latido de la Tierra. Y los monjes Zen, de los que no desconozco sus métodos, me parecen de los únicos seres verdaderamente Libres de este mundo, contando conmigo.
La compasión es algo que desarrollamos y que nos trasmite la bondad de la que somos capaces de vivir trasmitiéndola, entregándonos a ella, por ella, a los demás sin esperar nada a cambio, eso sí es un verdadero ejercicio de Liberación.
Los únicos que podemos hacer que nos liberemos de una u otra cosa, en este caso la compasión, somos nosotros mismos, y si me apuras dios a través de nosotros, o dicho desde mis creencias: la energía del universo actuando a través nuestro.
¿Ser neófito de demonio no es igual a ignorante del diablo?
Una pregunta es una pregunta y una afirmación una afirmación: ya lo sé, repetirlo es como apagar una colilla sobre el suelo y pisarla con alevoso gesto hasta ver esparcido los restos en ínfimas partículas.

martes, 21 de octubre de 2008

Esa mirada furtiva


Se fuga, la mirada, la de la chica que me escruta de arriba abajo sin quitarme los pantalones con la misma, se fuga hacia más allá de la etiqueta, la de mi pantalón o la de mis gafas, o la de mi cinturón, sí, su mirada extraviada en los botones de mi chaqueta de marca y en el reloj del pulsera, también de marca…

Se fuga, mi mirada, la mía, sí, la del chico tierno y dulce bajo la camiseta escotada por la que se intuyen sus (¿terribles?) increíbles pechos que retozan al compás de su vaivén de caderas. Sí, se fuga mi mirada tras su (¿terrible?) trasero que endemoniadamente se mece ante mis ojos atónitos, sí, me fugo en una orgiástica escena…

Se fugan, las miradas, de las personas que me miran escrutándome como si fuese un pez enfermo de ojos saltones y piel amarillenta donde se ve que el rojo original va desapareciendo conforme soy observado; sí, se fugan los ojos centenas de ellos como huevos estampados sobre un muro, pero en este caso sobre mi angelical rostro aniñado de setenta años…

Se fugan, ellos, los otros, absortos mirando escaparates donde hoy no hay peces que vender, ni pulpos que comprar, donde sólo gafas de marca, pantalones de marca, camisas de marca se asoman como hienas sonrientes enseñando sus sucios dientes…

Se fugan, ellas, las otras, alimañas pertrechadas por la guerra, en pos de un objetivo: romper escaparates donde como victimas de un holocausto, las gafas de marca, los pantalones de marca, las camisas de marca piden asilo político en un país de Asia…

Se fuga mi paranoia descalabrada de esta noche, noche donde rima la rana con el grillo y en tu escote escondo pepinillos para saborearlos más tarde, cuando ya tus gafas de marca, tus pantalones de marca, y tu camisa de marca estén esparcidos por el suelo y nosotros (tu mirada y la mía), nos fuguemos en un insólito himno de lenguas entrelazadas como eslabones de cadena, de la cadena con la que te atas tus pantalones, de marca…

viernes, 17 de octubre de 2008

La caja de Pandora


Estoy cansado de esta farsa, cuánto tiempo inacabado en esta patria, en este mundo inventado donde nada parece real, o al menos donde nadie quiere ser real, y es entonces cuando pienso: ¡a lo que hemos llegado!

Conozco tus palabras y tu cara, tus aficiones e incluso tus pensamientos, pero sigues, sigo, ocultándome/te tras las trincheras del teclado y de esta caja de Pandora que nos ha subyugado, por fin somos auténticos esclavos cibernéticos controlados por la IP de nuestras computadoras, cada palabra que escribimos, cada verso, cada poema, cada grito de BASTA, cada intento de lucha es tragado por las inmensas y voraces fauces del monstruo, y lo peor de todo es que nos hace creer que somos capaces, que somos fuerza para la revolución, cuando en la calle ya casi somos incapaces de mirarnos a los ojos, no digo ya hablarnos.
Las campañas en contra de la injusticia son, igualmente, absorbidas por este ENTE, y ya no queda nada, ellos, los poderosos, lo saben, y se ríen a nuestras espaldas. Nos dejan ser héroes por un día, nos dejan saborear las mieles del éxito por unos minutos, nos dejan disfrutar de nuestro minuto de gloria. Cómo: sencillamente poniendo a nuestro alcance una herramienta capaz de esclavizarnos sin que nos demos cuenta.
Internet es la caja de Pandora que nos postrará a todos y al que subscribe, alentados por la desesperación, por la incomunicación a la que nos han condenado.
Soy miembro de no sé cuántas redes de amistad, quizá cinco o seis, no sé, pero todo es ficticio, una ficción que acabará por engullirnos a todos.

jueves, 16 de octubre de 2008

Cerdos






La guerra es la Paz
La Libertad es la Esclavitud
La ignorancia la Fuerza.
Eric Arthur Blair

Cerdos

I

Vosotros, cochinos histéricos,
Que entregados al mundo material
Vais obcecados osando
En vuestros propios excrementos
Removiendo vuestros afiches
Haciendo tambalear los cimientos de la humanidad.

Vosotros que tan bien usáis la hipocresía
Sin dudar defender vuestro estatus de mierda
Condenado al ostracismo
A todo aquel o aquello
Que no se rija
Por vuestros absurdos principios.

Vosotros, cochinos histéricos,
Que tan sólo pensáis
En llenar
Vuestros egoístas estómagos
No dejaréis nada salvo
Sobre la faz de la tierra
Con tal
De salvaguardar
Vuestras míseras vidas de plástico.

Vosotros, cerdos apopléjicos,
Que ni oídos, ni ojos
Os hacen falta
Por que
Ni queréis ver ni oír.
Mucho menos
Aceptar
Vuestra cerril prepotencia antihumana.

II

No, no soy yo
El profeta
Venido a estos tiempos
Para vaticinar vuestra caída,
Ni la venida de mesías alguno,
Tampoco
Para haceros ver
Vuestro destino.

No, no soy el profeta
Venido para predicar
Con el amor y la paz
Inoculándoos, ambos,
En vuestros cerrados corazones.

No, no soy yo
El profeta
Enviado por dios alguno
Para redimiros de nada
Menos de vuestros pecados.

No, no soy el profeta
Ese que sin duda mataríais,
Sin duda, si pusiera
Vuestros culos acomodados en peligro.

No, no soy profeta alguno
Que venga a castigaros con su látigo,
A expulsaros de su templo,
Tan sólo
Soy
Un hombre ingenuo
Que tiene la esperanza
De veros a todos
Con ojos para ver
Con oídos para escuchar
Con alma para ser justo
Con corazón para latir
En pos de un mundo nuevo
Un mundo justo.

lunes, 13 de octubre de 2008

Cuando suene la música



No creo en los hombres ricos y poderosos, en esos que lo manipulan todo con tal de alcanzar su propósito: más dinero en sus arcas, más poder.

Ellos son los destructores de este mundo.
Nosotros sus cómplices, por más que digamos o escribamos.

¿Dónde están los intelectuales solidarios e involucrados en pos de un mundo mejor?

Ellos, los señores del poder lo compran todo: Poesía, Prosa…

Cuando suene la música de los tambores de la gran guerra (ya iniciada), no digas que te pillaron por sorpresa.

Cuando suene la música del redoblar de campanas por las muertes (cada día mueren miles de seres humanos), no digas que no sabías nada.

Ellos, los señores de la guerra taparan las bocas de los que gritemos BASTA.

Cuando suene la música de las trompetas apocalípticas, no digas que estabas
escribiendo poemas para la Paz.

Cuando suene la música en tus oídos, y sea silenciada por el sonido de las bombas,
no digas que andabas luchando en la retaguardia.

Ellos, los señores más poderosos de la tierra te convencerán de que las bombas son usadas para tu seguridad.

Cuando suene la música…

salvador moreno valencia

Yo pisaré las calles nuevamente
Pablo Milanés

sábado, 11 de octubre de 2008

C y las caricias del sueño




I

X y A se hicieron amigas
Por que yo andaba con C y
Una amiga suya
Despiadada e insatisfecha.

Estuvimos todo el día en aquel bar,
Bebimos, bebimos,
Algunos, incluso, comimos.

El vino comenzó a poner
Gotas brillantes en algunos tejados;
Al mío se subió temeraria
Una veleta con forma de flor;
Pero otras (veletas), en forma de gallinas
Deshojaron sus trémulos
Pétalos rojos.



II

A C la conocí en la calle;
Iba algo desorientada
Se dirigió a mí
Y preguntó dónde estaba
Tal calle.

En ella estamos, respodí.
Voy al número 13 dijo C
Y yo, sorprendido, dije:
Yo también; estoy invitado
A una cena en casa de A.

C, sin salir de su asombro preguntó:
¿Vamos juntos?
Sí, ya que vamos, vamos, sonreí yo
Hasta hoy.

III

No me quedé con C
Decidí gastar mis últimos
Cartuchos
De bar en bar
Observando como un degenerado
Pervertido
A niñas de catorce años
Vestidas de prostitutas
Y en alguna ocasión
Conseguí llevarme a la cama
Alguna de diecisiete.

Pero, no, no nos quedamos C y yo;
Nuestra relación se ha limitado
A esporádicas cartas vía email, y
A vernos una vez cada dos años.
C, viaja, yo tras tanto navegar
Y naufragar
Llegué a puerto firme
Y ahora soy un náufrago
Rehabilitado.

IV

¿Qué hubiera sido de nuestras vidas?
Sí, la de C y la mía…, es ridículo pensarlo.
La vida es un continuo ir y venir,
Un girar eterno en el que siglos antes
O siglos después,
C y yo volveremos a encontrarnos.

Somos viajeros errantes
En estas dimensiones conocidas,
Pero sabemos el secreto,
Conocemos la puerta por la que se sale de ellas.

Y por la misma, C y yo nos convertimos,
Al cruzarla, en eternos amantes.

V

Vestido estaba el ocaso,
Al alba, más tarde, cantaron
Unos republicanos
En la casa del Che;
Un Poeta y un Periodista
Se largaron con A y X.

La amiga insatisfecha y despiadada de C
Compró algunas anfetaminas
Y se piró con el camello que se las vendió.
Yo desperté en un coche desconocido,
Allí tan sólo estaba yo, un árbol que me cobijaba
Bajo su frondosa sombra,
Y el recuerdo imborrable de la presencia de C
Pero era como un espejismo.

VI
Subí las escaleras del otoño
Y bajé raudo hacia el agujero
Del frío invierno
Donde me refugié
En los brazos de la madurez
De E.

Luego las flores despertaron
del letargo y el hechizo
rompió las llave
del corazón de E.

Volví a bucear
En las oscuras y vacuas
Aguas de la calle, de los bares
Y de las ausencias
Donde seres femeninos extendían
Sus brazos hacia mí
Como lujuriosas arpías
Dispuestas a devorarme.

VII

C, volaba en aquel momento
Hacia algún país exótico
Cobrando su óbolo de azafata.

Yo, planeando a ras de suelo
Fui a aterrizar, casi sin voluntad,
Desequilibrado por los hechizos
Del dios Baco,
A los brazos de L.

Un gato ronroneó, una tarde,
En el alfeizar de alguna ventana,
Luego, el desequilibrista equilibrado, yo,
Abrí la puerta y la gata que maullaba
En ella entró para arrancarme
Azarzazos mi maltrecho corazón.

VIII

Y C seguía volando
De isla en isla
Cobrando su óbolo de azafata.

Una tarde, estando ya
En mis primeros escarceos
Con Baco, ya ebrio
Y esperanzado,
C se hizo tan real como mis ojos,
Mis labios o mis manos
Que se abrieron para abrazarla.

C ya soñaba
En el corazón del hombre
Que estaba a su lado,
Un tal T.

I venía por las tardes
Tomaba café con sus amigas
Y me miraba, o más bien,
Me devolvía las miradas
Que yo le ofrecía: lascivas,
Iracundas y plenas de pasión
Como gatos en celo empuñando
Maullidos y arrumacos
Provistos de sus armas
Al filo de un tejado.
Volé por una tarde
En los brazos de I,
Luego, más tarde
Cuando la línea del horizonte
Tendió su lazo infinito
Sobre los cuellos de ilusos amantes
I se esfumó como lo habían hecho
Antes todas mis amantes.

X

C seguía volando y
Cobrando su óbolo
De azafata.

Yo caí en picado
Con el único motor, que tengo,
Roto, sobre los pechos
Dorados y tersos de M
Que me enseñó
Que la lujuria no es un pecado
Sino el mayor de los placeres.

Desperté dos días más tarde
Quizá tres, en un coche desconocido
Bajo un árbol cuya frondosa
Sombra me cobijaba
Y con la impresión
De un momento vivido con C
Y las caricias del sueño.

Luego, más tarde vendría R a rescatarme.

Del Poemario C y las caricias del sueño
salvador moreno valencia

viernes, 10 de octubre de 2008

Hasta las pulgas se amaestran



Se puede, incluso, amaestrar a un mono...
... y a dos, también a millones;
¿no ves el mundo que te rodea?
Jaurías de monos amaestrados,
aunque la jauría esté compuesta
de feroces perros salvajes,
podrían ser monos amaestrados
los que como perros salvajes
van: cocean como caballos,
mean como neófitos y
cagan en los rincones
o en las aceras, dejando su impronta.

Sí, hasta una pulga, si te empeñas,
puede ser amaestrada.

alvaeno

Hace días que no salgo



Hace días que no salgo a la calle.
Tampoco, para lo que hay allí, fuera.
Sí, ya sé, gente...

Pero..., van como ciegos,sordos y mudos,
aunque hablan, oyen y miran,
sin embargo,
ni ven, ni escuchan, ni dicen algo coherente.

Para qué, ir ahí, sí, afuera, sí, a la calle
donde haya gente...

¿Para ver y comprobar tanta estupidez?
¿Para oírla?
¿Para cerrar la boca a la ignorancia, a la vulgaridad, a la necedad...?

alvaeno