Letras tu revista literaria

miércoles, 20 de diciembre de 2006

Diláogo sin inmortancia

-Si la tarde midiese, digamos, por ejemplo: cien veces la distancia de Romma a Pamris,
Crees que el color del ocaso, misterio, eyaculador precoz de una infancia avanzada, aurorado de alba exenta de distancia, mil ojos en vertical miran una distancia similar, doce horas, digamos, por ejemplo.
-Qué importancia puede tener un adatado indato irrelevante.
-¿Importancia? Ni la tiene, y, por supuesto, ni importa. Sólo imaginaba un atardecer tan extenso.
-La verdad es que en realidad puede que sea así de extenso. No comienza a atardecer en Romma y un algo más tarde lo hace en Pamris. Por lo tanto. El atardecer, diríamos, que es tan extenso como la distancia que existe entre ambas ciudibitables.
-¡Bien Herodoto! Pero esto no nos lleva a parte alguna.
-No importa, porque a mí, Mefistófeles, lo único que me interesa es la historia, y esta conversación me traslada a dos puntos bien distantes.
-¿No hace falta el avión?
-Es el avión de la imaginación.
-A miles de kilofantasías por segundo.
-En las Atalayas bárbaras, custodiadas por elfos.
-Sí, Herodoto, las atalayas del norte.
-Murallas naturales inexpugnables.
-No hay nada inexpugnable para el fiero hombre.
-¡El hombre! Ese mentecato que, en la mayoría de los casos, se comporta peor que un cerdo.
-¿No es al fin, el comportamiento que a ti te agrada?
-¡Claro! Mi querido amigo, me apasiona que esos insignificantes seres anden removiendo sus inmundicias en las pocilgas que construyen, arrastrados, obcecados por la avaricia, la hipocresía, la envidia, la deslealtad, la violencia y por encima de todas ellas, el egoísmo.
-¡Como para llenar de malditas almas el infierno que tan agradablemente custodias!
-¡Maravilloso, maravilloso! Pero no se lo digas a nadie, entre tú y yo debe quedar el secreto que vas a oír: no existe ni tal infierno, ni tal cielo, más que en las mentes de esos manipulables hombrecillos que se miran su ombligo y se creen dioses.
-¡Marionetas, marionetas!
-¿Quién, entonces, mueve los hilos?
-¡Ay Herodoto! En el infierno te lo digo…
© Salvador Moreno Valencia