Letras tu revista literaria

miércoles, 13 de diciembre de 2006

Cuento de navidad

A modo de prólogo: todos los años por éstas fechas edito éste cuento, sé que, como cada año, habrá detractores de la historia, pero es algo común y razonable. Pero éste año además del cuento me gustaría que al menos, los que lo lean tomen consciencia de la magnitud del despilfarro que se avecina. Consuman pero sean moderados y piensen que si se repartiera, tan sólo, una mínima cantidad de todo lo que se va a gastar, probablemente tendríamos la mejor navidad de todos los tiempos; y para terminar (cuántos millones de euros consumiremos en energía...) Pregunta: ¿Qué podríamos hacer con menos bombillas? Quizá acabar con la miseria en el mundo. ( Feliz navidad, próspero consumidor de occidente) El Espíritu de la navidad Dedicado a los miles de niños que sufren la incomprensión de los hombres.

Espíritu de Navidad

Vivía en un barrio de casas tristes, viejas y casi derruidas. Un barrio donde las ratas paseaban con desparpajo y descaro, entrando y saliendo de las casas y chabolas que había construido aquella gente que llegó del campo a la gran ciudad con la esperanza de encontrar un trabajo y el maravilloso bienestar que había visto en la televisión.Tenía unos diez años, una vela de mocos le caía por la comisura de los labios. Los ojos azules y el pelo rizado y pelirrojo. Andaba buscando en las basuras como lo hacían los otros niños mayores que ella. Llevaba puestos unos pantalones ajados de miseria y manchas, un suéter azul con rayas blancas de mangas largas que a ella le sobrepasaban las rodillas.Su madre trabajaba limpiando escaleras por un sueldo de mierda, su padre tenía como profesión darle a la botella y además cumplía a rajatabla con la función de cabeza de familia. Propinándole palizas a su mujer cuando llegaba embriagado por los dos o tres litros de vino de tetra brik que compraba en el kiosco de la esquina a noventa pelas.Ella se ocultaba tras unos cartones cuando veía a su padre maltratar a su madre y muerta de miedo no le salía ni un sollozo. Una tarde fue con su madre al centro de aquella maravillosa ciudad, donde ya brillaban las luces de la navidad y los escaparates relucían llenos de artículos que como cebos se disponían a cazar a los consumidores que pasaban envueltos en sus abrigos. Cogida de la mano de su madre, miraba con un brillo en sus ojos que iluminaban más que alguno de aquellos árboles, llenos de bolas de cristal y de luces que parpadeaban como estrellas. En un remolino de gente se soltó su pequeña mano y se vio envuelta en un torbellino de personas que corrían y gritaban. De repente todo el mundo se detuvo frente a una fuerte y cegadora luz. Delante de ella, tan cerca que casi podía tocarlo, estaba aquel hombre, aquel gordinflón con rosadas mejillas, con enormes barbas blancas y con aquel traje de color rojo; sentado en un trineo con renos que miraban la muchedumbre con aquellos ojos redondos y donde Rocío pudo mirarse como en un espejo. El hombre la miró y con un guiño le pidió que se acercara. La cogió en sus brazos. Rocío sintió el calor que desprendía aquel traje rojo y se enredó en las blancas barbas que nacían de aquellas sonrosadas mejillas como chorros de agua plateada por la luna. Su madre apareció entre la muchedumbre, se acercó y abrazó a la pequeña que miraba los renos con los ojos como ventanas. El hombre de rojo le dio un beso en la mejilla y mirándolo madre e hija se alejaron por la avenida llena de gente y de coches.Esa noche Rocío se durmió feliz pensando en aquella tarde. Dieron las tres de la madrugada en el reloj de una iglesia cercana al barrio de chabolas. Rocío se despertó con los gritos de su padre, que una vez más llegaba borracho y le estaba pegando a su madre. Se levantó despacio y se asomó tras la cortina que dividía aquella chabola en dos. Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando pudo ver que aquel gordinflón de mejillas sonrosadas, que por la tarde le había dado un beso en la mejilla, estaba en su casa gritándole a su madre y atizándole con el ancho cinturón de cuero de donde le colgaban, la tarde anterior, las ilusiones y los deseos de miles de niños.
© Salvador Moreno Valencia