Letras tu revista literaria

domingo, 10 de septiembre de 2006

¿Te sientes aludido o eres el presidente...?

¿Qué hombre es capaz de mirar a los ojos de sus hijos, con sinceridad, cuando ha terminado su jornada de trabajo en la que ha ocupado su tiempo matando a otros niños como sus hijos?

¿Qué tipo de hombre se sienta a la mesa con el júbilo desatado de su progenie hambrienta, dispuesta a devorar una suculenta comida, cuando poco antes ha dictado el embargo de medicinas y alimentos a un país destrozado por las bombas, que previamente, ha ordenado lanzar sobre esos desdichados?

¿Qué hombre juega con sus hijos, sobre la hierba reluciente de su maravilloso jardín, con la conciencia tranquila, por estar fuera de peligro de encontrar minas bajo su frondosa hierba, ya que se ha encargado él de que éstas estallen en otros jardines y sobre los pies de otros niños que no son los suyos?

¿Qué tipo de hombre jura y perjura defender a su progenie, en su bonito jardín, en su repleta mesa, en su vida de paz, matando a niños como los suyos, tan inocentes como éstos, quemando sus jardines, vaciando sus mesas y negándoles la paz?

¿Terrorismo?

Mientras en el mundo exista un solo niño desprotegido, sin comida, sin medicina, sin colegio, sin padres, sin familia...

Esto de la democracia no será más que una farsa.

© Salvador Moreno Valencia

martes, 5 de septiembre de 2006

Érase una vez que fui joven.

Érase una vez que fui joven.

Nunca me encontré a gusto en la sociedad en la que me había tocado vivir. Siendo, como era, un muchacho que dejaba la adolescencia para zambullirme de lleno en la soñada juventud. Esa etapa de la vida, que como todo en la misma es tránsito, en la que a los jóvenes se nos endilga sin más la etiqueta de que somos complicados. Eso lo dicen los que nos preceden en generación y eso lo diremos nosotros cuando, la dorada juventud, divino tesoro, haya quedado relegada a los espacios en donde la memoria se codea con la batallita del anciano, ese que añora otro tiempo que ni fue mejor ni peor, sólo fue el momento en que tuvimos al alcance cambiar el mundo y que no lo conseguimos porque sin darnos cuenta nos vimos, de sopetón, sumergidos en la edad madura, dejando atrás esa juventud que nos valió para llevar, por unos años, la etiqueta que ahora otros llevan por ser ellos los jóvenes complicados. Yo, a pesar de que el paso del tiempo no perdona, sigo sin estar satisfecho con la sociedad que me rodea e incluso albergo la esperanza de que algún día podamos cambiarla para mejorarla.

© Salvador Moreno Valencia

El reportaje

Aquel día luminoso me abrió una puerta a la esperanza. La frustración que sentía por no ver realizados mis sueños quedaba relegada, de repente, al universo de los recuerdos.
Un trabajo me llegaba como una inspiración le llega al artista y entonces decidí que afrontaría el riesgo e intentaría conseguir lo que suponía el mayor de los retos. Como una ventana cuando se abre deja pasar la luz matinal mi futuro se abría iluminando las sombras en las que la desidia y el desamparo me habían tenido recluida. Respiré una bocanada de aire nuevo y limpio y salí a la calle para hacer aquel reportaje.

© Salvador Moreno Valencia

Rojo sobre rojo

Llueve en París, ésta ciudad de luz que ilumina mi camino. He llegado a las 6,30h de la mañana. Hace frío y cae una fina lluvia que va creando cortinas de luz en los Campos Elíseos.
Estoy helado, los ojos abiertos de par en par. Ya había estado antes en París. Pero ahora es diferente, ahora es como un sueño. Aquí la realidad se confunde con el sueño, la gran Torre corta las cortinas de lluvia que se abren en cataratas que caen desde el punto más alto de la misma. Allí arriba está el creador. Allí ha quedado inmortalizado para la eternidad ese loco que construyó su sueño basándose en hierros superpuestos unos con otros, tornillo a tornillo, escalón a escalón. Así forjó el sueño de su vida.
Yo estoy en París hoy día de los difuntos. Podría estar en cualquier parte del mundo, pero qué importa si hoy estoy en París, mañana en Roma, pasado en Berlín y, luego, quién sabe.
Uno puede estar en cualquier sitio, a cualquier hora y en cualquier rincón de los sueños. París la ciudad de la luz.
París está lluvioso, está gris con una leve luz azulada y el Sena está dormitando en el tiempo a través de sus puentes.
Pienso en una pistola. La habitación tiene tres metros cuadrados.
Rojo sobre rojo.
Ella tiene los ojos verdes, verdes como la esperanza.
Rojo sobre rojo.
En la habitación hay un lavabo, un pequeño espejo lo acompaña en su antiestética. El armario es viejo, raído por el paso del tiempo.
Pienso en una pistola. París está frío esta noche. Las luces de los Campos Elíseos tiritan en el espacio inerte de los indigentes. Casas de cartón. París, Madrid, Barcelona.
Rojo sobre rojo.
Ella mira desde sus esmeraldas, un lunar preside sus labios rojos y otro su ceja izquierda.
Rojo sobre rojo.
Pienso en una pistola. Ella sumerge sus labios en su púrpura lengua.
Rojo sobre rojo.
El lavabo muestra su soledad y su inhospitalidad, el espejo no mira a ningún sitio y nadie se mira en él. La habitación tiene tres metros cuadrados. La cama está abatida y sus sabanas tiene manchas blancas y amarillas y pruebas de fumadores empedernidos y atrapados en el insomnio.
Rojo sobre rojo.
Sus ojos son estrellas en invierno. Sonríe y con su lánguida
mirada me estrella en los muros del recuerdo.
Rojo sobre rojo.
Pienso en una pistola. La pistola tiene ojos, tiene labios y tiene cuerpo. Ella dispara con su senil sonrisa.
La habitación del hostal de París mide tres metros cuadrados como en Madrid y Barcelona. El armario muestra su rigidez del paso del tiempo y mira al espejo que hace compañía infinita al lavabo.
Pienso en una pistola. Con cañón largo.
Las chicas del show girl posan desnudas si le pones monedas a la cabina. Trescientas pelas y te enseñan las tetas y el coño.
Rojo sobre rojo.
El molino rojo está caliente. Mon Maitre duerme su sueño en un cuadro de Van Gogh.
Pienso en una pistola.
Un hombre solitario, una calle solitaria. El silencio es empañado por los gritos de una chica.
Pienso en una pistola.
Otro hombre llama con desesperación en un portero automático. Se oyen gritos de una chica. Nadie responde en el portero. Silencio. Sólo los gritos de una chica.
Las chicas del sexo posan desnudas para ti si le echas monedas a la cabina.
Pienso en una pistola.
Suenan dos disparos. Secos. Fríos. Y los gritos los rompe el silencio en un quejido sin final.
Pienso en una pistola.
Rojo sobre rojo.
He llegado a Barcelona desde París, hoy no está lloviendo. Hay un sol cenital y los cristales empañados anuncian el frío exterior.
Las Ramblas están abarrotadas a pesar del frío que hace. La tarde cae lentamente y Colón sigue con su dedo imperecedero señalando a un punto infinito en el horizonte del Mediterráneo.
Como siempre, en las Ramblas, hay gente buscándose la vida. Estatuas vivientes, mimos, pintores, timadores, vendedores de todo tipo de objetos, carteristas, chorizos, putas que se asoman a las esquinas del barrio chino. Barrio Gótico elemento emblemático de la arquitectura de siglos pasados. Chinos, turcos, sudafricanos, marroquíes, peruanos, chilenos, ecuatorianos, colombianos, búlgaros, checoslovacos, polacos, rusos, tailandeses, filipinos, indios, argentinos. Gente de todo el mundo. Barcelona, París, Madrid, ciudades cosmopolitas. Mezclas de culturas y razas. Mafias, robos, asesinatos.
Barcelona está encantada esta tarde, la magia de sus calles se trasmite a través de los muros de sus casas centenarias. Aquí hay sitio para todos. Casa de cartón. Indigentes, inadaptados viviendo en las calles. Todo se repite. Todo es igual. La gente que pasea por la Rambla, es igual a la que lo hace por los Campos Elíseos o por la calle Preciados de Madrid. Todo se repite.
Pienso en una pistola.
Rojo sobre rojo.
En mis sueños se repiten las imágenes y los gritos de una chica me sobresaltan y me despiertan.
La prensa: La Vanguardia de Barcelona. Sucesos. Encuentran a una chica muerta en su domicilio. Tiene dos balas incrustadas en su cuerpo. Corazón y cabeza.
Rojo sobre rojo.
Pienso en una pistola.
Prensa de París: Le Monde. Sucesos. Encuentran una chica desnuda y con dos disparos sobre su cuerpo. Corazón y cabeza.
Rojo sobre rojo.
Barcelona está maravillosa esta noche. Salgo a tomar unas copas. Una chica me lleva a un local para tomar algo.
Describo: Camino por la Rambla, son las once y treinta minutos. Al final de la Rambla una chica, que no es la negra flor de Radio Futura, se acerca a mí y me pregunta si conozco algún local donde pongan salsa. Le respondo que no soy del lugar y me dice que tampoco ella es de Barcelona.
Está sola y me propone que la acompañe y como yo también me encuentro solo acepto su oferta.
Rojo sobre rojo.
Es alta, me saca al menos diez centímetros, morena, ojos negros, pelo largo y rizado. Viste pantalón ajustado de color negro y una camiseta donde se adivinan sus tetas con pezones erizados y mirando a la luna.
Pasamos por un bar y ella me dice que entremos, su insistencia me da mala espina. En el bar hay otras chicas y también chicos. De momento, observo y todo parece normal. Nos acercamos a la barra y pedimos dos copas. Cinco mil, me dice la camarera que las ha servido. En ese momento me doy cuenta que me han estafado. La chica se levanta y va al baño. En la puerta del baño hay un tipo vestido con traje negro. Se detiene ante él y puedo ver como hablan dirigiéndose a mí.
Ella regresa. Se sienta a mi lado. Viene otra chica, me la presenta y le pide que se quede conmigo. Ella tiene que salir. Ya sé dónde estoy, es un local de alterne camuflado. Un polvo cinco mil. Ella vuelve con otro pardillo como yo.
Rojo sobre rojo.
Pienso en una pistola.
El whiskye es matarratas. La otra chica que se ha quedado sentada a mi lado me pide que la invite a una copa, me niego.
El señor del traje negro se acerca, se pone tras de mí y de repente siento un objeto punzante en mi costado, frío como el hielo. El tipo me pide discretamente que abandone todas las pertenencias de valor que llevo y además el dinero.
Pienso en una pistola.
Rojo sobre rojo.
La estación me da vueltas. Tengo un tambor metido en la cabeza. Los ojos rojos, no tengo tabaco ni dinero.
Rojo sobre rojo.
Mientras espero el tren veo como un señor ojea la prensa, me acerco y puedo leer. Sucesos. Encuentran a una chica asesinada en su domicilio con una bala en el corazón y otra en la cabeza. Rojo sobre rojo escrito en su pecho con carmín.
Pienso en una pistola.
Anuncian la salida del tren y pienso en París, Madrid, Barcelona. Los gritos de una chica retumban en mi cabeza. Hay una calle vacía. Un hombre solitario va por ella.
Rojo sobre rojo.
Pienso en una pistola.

© Salvador Moreno Valencia