Letras tu revista literaria

lunes, 28 de agosto de 2006

Oh! Así!

Oh! Así!

Las arenas del desierto, ese desierto azul y solitario que veo desde la ventana de mi alma, se mueven con los vientos cálidos que vienen de tus ojos. Y me miras con esos inocentes y profundos espejos del sueño, de esos sueños que son mis arenas movedizas.
Las palmeras en el oasis de tu cuerpo me cobijan en las horas aciagas de mis deseos. Corre el agua de la fuente de tus besos por mi garganta reseca, yerta y polvorienta de este largo camino que es mi vida, donde he perdido tantas veces el sabor fresco de unos labios como los tuyos y donde el miedo a volver a perderlos hace que ni siquiera pretenda besarlos. Me tumbo en la arena caliente del desierto de la vida y miro las estrellas que brillan como tus ojos cuando me miran y tu boca es nuevamente manantial de agua limpia y pura. Sólo un sorbo de tus labios me hará sentir ese alivio y tu agua bajará por mi garganta seca y sentiré la frescura de tus pechos como dos montes nevados. Y ésta soledad se romperá en tu vulva, en tu infinito triángulo y en ese profundo y misterioso abismo que es el principio y el fin de los días.
© Salvador Moreno Valencia

domingo, 27 de agosto de 2006

A la hora anunciada

A la hora...

A la hora de la hora
es una muerte que amén
de los mortales
todos tenemos señalada.

Que por mucho que te afanes
no te valdrá de nada
eludir la cita previa
con la amada de los sueños.

Por entero yo me entrego
a lo que viene por hoy
que si ayer no fue mío
mañana no pertenezco
que lo único que tengo
es éste presente incierto.

Y en pasando ya la hora
es una muerte anunciada
para todos los mortales
que se afanan para nada.


Despertar

Cuántas veces he contemplado éste mar,
ahora en calma, ahora tempestuoso,
henchido de amargura y dolor.

Cuántas veces he oído el rumor de la olas,
suave y salvaje, con los sentidos embotados
y sumido en una eterna resaca.

Cuántas veces he soñado días de lluvia;
y lágrimas han brotado en el cielo oscuro
bajo el que me escondía, bajo el que me deslizaba
como una alimaña huyendo de mis pesadillas.

Y sin embargo, ahora, en éste momento,
una vez desaparecida la oscuridad y la obstinación de mi mente;
tus ojos que todo lo iluminan me hacen sentir, ese mar,
esas olas, esa lluvia, ese cielo con la salvaje fuerza
con la que musitan los elementos que los componen.

Tus cristalinos radiantes...
Tus labios encarnados e inocentes...
Tu dulzura angelical...

La rivera

La espuma
Primavera;
Hilo que hila
La espera;
Araña maldita
De tiempo;
Migraña en el recuerdo;

Conozco los silencios,
Tus miradas, frías, duras,
Lejanas;
Conozco, qué conozco.

Empezar es volver

Oigo unos pasos en el silencio de la tarde;
Me detengo a mirar a quién pertenecen
Los pies que construyen ese taconeo
Incesante y eterno.
La calle está tan vacía
Que casi dan ganas de vomitar;
Se detienen los pasos y no son los míos.
De repente un pensamiento pasa
Como alma que lleva el diablo,
Como si llegase tarde a una cita,
La última de las citas, entrañable y seductora...

Maltratador

Un gallo en la taberna
“machito”
y un cigarro de boca
se estrella victima,
de un miedo, de un algo que no se ve en los espejos.
Que tus ojos alba fueron
Que tus abrazos abrigo
Que tus sueños
Destino;
En una esquina
Malogra la vida
Mi vecina;
Atragantada de miedo
Moretones en el bolsillo.

Un completo no me olvides
Para la memoria
30 peces,
y un ratito de pasas para el olvido.

Dieciséis primaveras

Ella era ante el espejo
Una tierna mirada
De profunda belleza;
Pero sus ojos
Veían monstruos
En vela acechando
Para su golpe efectivo.
Ella era bella
Pero se sentía horriblemente
Fea;
Luego la abandonó
Su autoestima
Y soñó pedregosos
Caminos;
Se tatuó con sangre
Sobre sus azules venas
Una cuchilla afilada
Que la devolvió
Al mundo de las marcas,
Malvadas Hadas de este tiempo.

Un escenario pérfido

Frágiles marionetas
Para ésta farsa,
A este escenario
Le salen los ratones por debajo
Y por arriba
Vomitan los hilos
Exigiéndose tanto
Que han caído
En el abismo.
Marionetas oxidadas
Olvidadas;
Cuando la tierra era
Un lugar grato
Donde apacentar
Las vacas; las del amor.
Y ahora que te exige la exigencia
Para exigirte tanto que al final
Vamos a descubrir
Que nada vale para nada.

El embarcadero

El viejo embarcadero, está
Como tantos otros; cansado.
El viejo embarcadero se
Sumerge en las aguas del lago;
De cualquier lago donde brillan
Opacas sus negras aguas.
Hay movimiento de libélulas
Que sortean con sus transparentes
Alas, florecillas silvestres.
Yo pienso, miro el horizonte
De árboles verdes y puntiagudos
Que señalan al cielo como flechas
Vengadoras;
Y,
Las aguas mansas acarician al viejo embarcadero;
Hace ya tanto tiempo
Que las barcas oxidadas navegan por los sueños...
El viento suave y lleno de pájaros.
Hondos y próximos
Caminos se pierden en un laberinto de bosques.
Un motor suena a lo lejos,
Y un coro de distintos
Sonidos de aves flota en el aire
Como una musaraña.
Las casas como solitarias islas
Enseñan sus luces
En las ventanas;
Hilos de humo
Emergen de sus tejados y
En el cielo de óxido
Una tarde se desprende
Del vaporoso día amortajado;
Cinceles de Artista en las plumas del viento.
Esculpe la tierra colores
Sobre el agua y las maderas
Troncos de verdes ramas
Encienden la niebla,
A lo lejos, nuevamente, me detengo
Y unos ojos me miran,
Simplemente, me miran.
En el granero posan sus patas
Los grises cuervos y
Como urracas negras
Vacas dan lamentos
En el prado.
Yo disiento y caigo
En la maraña, musaraña
De mis ojos, miro, observo
Y guardo silencio.
En la orilla dos jóvenes
Se divierten con sus trajes
De baño, y, un pato se deja
Llevar por la corriente.
Los gritos de las locas
Gaviotas se mezclan con
Los de una bandada de grajos.
En el horizonte hay sirenas
De arena custodiadas
Por un Fauno.
El sol se asoma tímidamente
Manchando con dorados trazos
Las aguas de este lago y
El viejo embarcadero sigue
Viendo pasar el tiempo
De oxidadas barcas en el cielo.
Una nube de mosquitos
Baila su danza y
El viento los arrastra
Hacia cuerpos tumbados
Al sol.
Corre el hielo por la punta
De hierro oxidada, de
Tiempo la hora maga
Que ésta luz deshaga
Cobardes contradicciones
Y luchas para nada;
Si vuela el pez,
Al de diez, con un
Guiño yo me subo
A la sirena de arena que extendiendo sus alas
Me invita a volar por los sueños.
Digo adiós a éste viejo embarcadero,
Sobre tablas que envejecen y
Oxidan su tiempo al sol.
Me voy, compro champagne.
Luego me evado y
En familia oigo voces en Babel,
Que hablan o discuten y aun
Sin entender nada
No me pierdo en absoluto
Que de trivialidades
Ya tengo un saco
De conversaciones vanas.

© Salvador Moreno Valencia

sábado, 26 de agosto de 2006

LA DESESPERACIÓN DEL DESTIERRO

¿Qué está pasando papá?. ¿ Qué ruidos son esos?.
Estás y muchas más preguntas le hacía un niño de siete años a su padre, cuando el cielo se encendía y las bombas cortaban el silencio como una saeta. Papá, Mamá, ¿porqué nos vamos de la casa?, mamá ¿puedo llevar a Toby con nosotros?.
Toby no puede venir, allí a donde vamos será difícil encontrar alimentos para nosotros, déjalo aquí, así podrá cuidar la casa y cuando volvamos todo estará como antes.
La familia cogió todo lo que podía llevar consigo y se echaron al monte, poco a poco se fueron reuniendo con miles de familias que como ellos huían del terror y de la muerte. Los ancianos miraban hacia atrás y en sus ojos corrían las lagrimas de la desesperación, dejaban atrás toda una vida, todas sus pertenencias, dejaban su pasado, sus vecinos muertos a tiros por no haber salido a tiempo en busca de una libertad efímera, de un derecho a la vida, que se les negaba en su propia tierra. Allí, donde crecieron y lucharon para poder conservar sus pequeñas tierras, sus casas que, ahora ardían tras ellos, allí donde enterraron a sus padres y a sus amigos, allí donde vivían el día a día como en cualquier lugar del mundo antes de que comenzara la persecución, antes de que unos señores, que ni siquiera conocían, decidieran hacer una limpieza étnica, una atrocidad incomprensible, una barbarie de tal magnitud, que no tenía respuesta en sus mentes de personas humildes.
Solo los tiranos pueden justificar la masacre, tanto los de un bando, como los de otro. Unos por erigirse salvadores del mundo gastando miles de millones en bombas y en armas para la guerra cuando, probablemente esos miles de millones repartidos entre los pueblos afectados por la barbarie contribuirían a una paz más saludable para todos. Y los otros, en este caso los malos de la película, por erigirse en limpiadores de razas, creyendo que solo ellos tienen el derecho a disfrutar la tierra de la que pretenden exterminar a cualquier ser que no sea de los suyos.
Papá, estoy cansado, tengo hambre, tengo sed, ¿cuándo vamos a llegar?, papá tengo frío. El sol caía en el horizonte como cualquier tarde, pero no era una tarde como aquellas en las que se reunían todos en el porche de la casa y contemplaban el atardecer con alegría. El sol caía y sin embargo, las miles de familias desheredadas de sus tierras no lo contemplaban como lo habían hecho durante tantos años, sí, el sol esa tarde era el ocaso de sus vidas.
Mientras miles de personas miraban en sus televisores el estado de la guerra, miles de personas se preguntaban- ¿Porqué?.
¿La guerra es cuestión de orgullo? Porque al parecer ni los “buenos” ni los “malos” se bajan del burro y los que sufren reciben la noche con las preguntas sin respuestas.
Papá tengo frío, se oían miles de llantos y las estrellas ya no alumbran lo mismo para los desesperados en el destierro de sus vidas.
¿Porqué?
© Salvador Moreno Valencia

Homenaje a los ochenta

Corrían los chupitos como balas del infierno garganta abajo quemando nuestros esófagos con su endiablado destilado de agave, cuando sonaba, en el momento álgido de la noche, la canción que todos coreábamos: “El limite” del grupo de rock La Frontera.
Nos identificábamos con aquellas letras por creernos, a esas horas, en las que los efectos del tequila nos habían transportado al limite del bien y del mal, al menos de lo que entendíamos como tal, cercanos a ese mundo que rompe las fronteras de lo cotidiano, por cotidiano mil veces más absurdo; el limite, como estar al filo de la navaja o caminar descalzo sobre brasas de carbón era lo que creíamos entender pensando de una manera libertaria, desalojados de ataduras y de imposiciones sociales.
Más bien era un lugar imaginario en donde nos hubiera gustado estar en algún momento de nuestras vidas, dándonos la oportunidad de poder cambiar el mundo que nos rodeaba haciendo realidad ideas y sueños; entonces el ritmo de la música y el estribillo de la canción nos otorgaban unos segundos de gloria, la que en nuestros corazones anhelábamos en los labios ardientes de alguna hermosa mujer de prietas carnes lanzándonos a la lujuria más descabellada y atroz por bella e irreal, por estar más cerca del mal que del bien propiamente dichos como nos lo habían hecho creer nuestros educadores no laicos dotados de una fe y un doctrina colmada de misterios.
Nosotros éramos hijos de la frustración y el desengaño, adolescentes que despertábamos en una transición y jóvenes que nacíamos en una democracia que se acababa de estrenar en un país que salía de un duro trance dictatorial.
Y aquellas canciones de los ochenta con su movida madrileña, como siempre ha sido, centralizaba un movimiento que hacía despertar a toda la nación en su capital, quedando el resto del territorio huérfano de cultura y sumido por muchos años más en la más profunda y negra de las Españas, que todavía, en algunos pueblos, por desgracia, sigue viva.
Nos llegaba la movida ochentera tarde, casi en los noventa, al menos en aquélla ciudad que bien comparó un gran amigo mío como la Cuba sin Fidel, una isla rodeada de montañas, lejana al mundo exterior y cercana al pasado.
Canciones como “El limite” y tantas otras: Lobo hombre en París, Jardín Botánico, Cadillac solitario, Perlas ensangrentadas, La chica de ayer, Déjame, Enfermera de noche, Bote de colón, Bailaré sobre tu tumba, Galicia caníbal, Camino Soria, Juan Antonio Cortes, Groelandia, Yo tenía un novio que tocaba en un conjunto, Ataque preventivo, El pistolero, Metadona, Escuela de calor, Huesos...
Y muchas otras sin dejar en el tintero a las que nos obsequiaron sus majestades satánicas los Rolling Stones, Bob Dylan, Eric Clapton, Tina Turner, Bob Marley, Nina Simone, Eurithmics, Status Quo, Roxy Music, David Bowie, Talking Heads, Chris Rea, Leonard Cohen, Pretenders, Dire Straits, Pink Floyd, Police, U2, Scorpions, Kis, The Chlass, The Ramones...
Todos estos y muchos otros grupos que escuché en aquella isla fueron, al menos para mí, la salvación, gracias a ellos crecí como persona y aprendí cosas maravillosas; descubrí de la vida lo dulce y lo amargo y me tambaleé al limite de aquello que entendía como bien y me acercaba al mal; bailé al ritmo de las guitarras de la Frontera cuando oía aquel “El limite” dejando que mi imaginación volase hasta llegar a lugares soñados caminando por ese fina y frágil línea que separa el mal del bien y viceversa.
© Salvador Moreno Valencia
E-mail: alvaeno33@hotmail.com
Tel. 652470813

La inmigración

No deberíamos de creer que el fenómeno es exclusivo de estos días. Porque la historia constata miles de movimientos de humanos a través de todos los tiempos. Los motivos pueden ser distintos pero que en nada se diferencian los de tiempos pasados con los de ahora.
El hombre en su condición de búsqueda ha protagonizado incursiones en todos los rincones del planeta en el que es, por supremacía, el rey todo poderoso. Pero al mismo tiempo es el simio insignificante que en su pretensión de estar por encima de todas las cosas se destruye a sí mismo y cómo no a sus congéneres.
¿No es la inmigración un reflejo de la inquietud de los humanos por superarse y por conseguir lo que otros poseen con los derechos y deberes de todo ciudadano, con el respeto y la libertad que a todos nos debería amparar y sin embargo nos desampara?
¿No son las democracias modernas las causantes de ese fenómeno al cerrar las fronteras y dividir el mundo en parcelas? ¿No es de todos merecido el derecho al tener una vida digna y vivir donde plazca siempre que se responda ante los deberes y derechos establecidos con respeto y libertad?
Los humanos en pos de riquezas producen infiernos inhabitables, ghettos, marginación y caos. Consideremos que la inmigración es sólo un efecto más de las sociedades modernas y que son éstas las que deben atajar, desde un punto de vista humano, tal fluido de seres en busca de una mejor calidad de vida y no olvidar jamás que ante todo debemos compartir las riquezas y erradicar la miseria que producen las sociedades desarrolladas.
Desde mi punto de vista la inmigración no es un problema, el problema está en la ineficacia de los gobiernos y por tanto en la pasividad de las democracias. El pueblo se mueve de un lugar a otro desde tiempos remotos e intenta asentarse en los lugares donde poder crecer y prosperar, cultural y económicamente.
¿Por qué los países mal definidos “libres” y “demócratas” cierran sus fronteras y sueltan los fantasmas de la xenofobia entre sus contribuyentes, en lugar de buscar solidarizarse con los países de origen de dichos inmigrantes para, en la medida de lo posible, atajar el fenómeno creando soluciones con sus gobiernos y haciendo que esos hombres, mujeres y niños tengan en su tierra de nacimiento lo que buscan en ese éxodo hacia la tierra prometida jugándose en muchos casos la vida?
Salvador Moreno Valencia
Escritor.
DNI. 25567962N
Fuengirola- 29640- Málaga
Tel. 652 470 813
Email: alvaeno33@hotmail.com

viernes, 25 de agosto de 2006

Un rato de olvido

Un rato de olvido
Al tiempo le hacen ilusión las musarañas;
las del olvido;
frecuentes hilos de memoria, arrojados al oscuro abismo,
los Albures danzan en la niebla de la tarde;
tu haces planes de futuro;
yo me quedo hipnotizado mirando musarañas;
en un rincón arden los restos;
fotografías, objetos
y sueños oxidados.

jueves, 24 de agosto de 2006

Insomnio

Insomnio
En las noches de vigilia, tras la barra de este bar, puedo observar cómo los clientes, cada noche, se debaten en intensas divagaciones amenizadas con alcohol.
En esas noches de calma chicha, de nostalgias ocultas tras el humo de los cigarrillos, miro una a una las caras y oigo retazos de diferentes conversaciones. Cada uno llega con su carga, esa carga del día a día. Arrastran pesares y alegrías empañándolas con el vaho de los cubitos de hielo, que miran mientras les sirvo las copas dejando caer un hilo de wisqui, ginebra o ron.
Saborean la última hora antes de darse de bruces con la habitación que cada noche les espera y les lleva, al silencio y a la soledad de sus destinos.
Apuran sorbo a sorbo los minutos de ese insomnio noctámbulo. Miran a la nada o se miran a los ojos, dejándose llevar por la melodía que suena de fondo a lugares donde los pensamientos y los sentimientos navegan libres sin más preocupación que la de ver la copa llena.
La primera copa la disfrutan con la calma que produce la metadona en los toxicómanos. El alcohol seda sus angustias y a medida que el vaso va quedando vacío veo brillar sus ojos con un resplandor lunar, un brillo plateado y es entonces cuando sus lenguas se desatan de ataduras, mientras que los prejuicios y perjuicios piden otra copa y se fugan con la primera mujer o con el primer hombre con los que cruzan miradas; esperando que yo les vuelva a dejar caer otro hilo dorado de licor espirituoso, con la esperanza y soltura que les producirá la segunda copa.
Hay otros que se pierden recorriendo el pasado chupito a chupito, ahogando el dolor que les produce el desamor, vaciando la amargura de sus almas solitarias ajadas por el tiempo.
Veo en sus ojos cansados la derrota, la desesperanza, la desilusión, la desconfianza y el fracaso de sus vidas. Buscan algo sin saber realmente qué. Buscan en los reflejos de vasos de ginebra, en los destellos de tubos dorados de vasos de cerveza una luz, una mirada, un gesto de calor y de afecto, un abrazo, un beso.
Buscan a alguien que les haga olvidar el dolor y sentir que en sus vidas aún hay tiempo para un nuevo amanecer.
A la tercera copa comienzan a encenderse las pasiones y las risas se confunden con estribillos de canciones bailando al compás de ritmos frenéticos. Los recuerdos dolorosos quedan diluidos en los restos de las dos primeras copas. Y poco a poco van quedando atrapados en un mundo irreal, lleno de fantasías maravillosas que surgen por los efectos del alcohol. Así vienen la cuarta y la quinta y muchas más. Entonces se confunden los pensamientos y los sentimientos; las risas, en algunas ocasiones, se vuelven llanto cuando comienza la bajada de la euforia producida por la ingestión de ese liquido mágico.
De repente se ven en brazos de alguien que no conocen y que probablemente al día siguiente ni recuerden.
Yo seguiré estando aquí tras la barra de este bar para dejar caer hilos dorados de ilusión y esperanza en las noches de insomnio.

© Salvador Moreno Valencia

miércoles, 23 de agosto de 2006

La Luna del Membrillo



A Corina


El sol se está ocultando, en el horizonte el mar se viste de oro. Las gaviotas se reúnen en la playa. El viento arrastra una maraña de nubes.
Llevo horas sentado sobre la arena. Cierro los ojos y puedo ver, con nitidez, un rostro.

En el campo los membrillos van amarilleando entre las hojas. Abro los ojos y el rostro desaparece y frente a mí, nuevamente, el mar que ahora viste su traje de noche bañado por el destello plateado de la luna que se asoma tímida entre las pequeñas olas.

Cierro los ojos pensando en el color de los membrillos. Otra vez ese rostro que llega a mi mente, una mujer que se balancea bajo las ramas del membrillo asiendo un canasto en su mano, un canasto que va llenando con la dulce compota del fruto amarillo.

Es una mujer morena de ojos profundos. La imagen se repite una y otra vez: la veo allí recogiendo el fruto del membrillo.

La playa está desierta y yo sigo aquí sentado contemplando, en el horizonte, la luna que hoy hace gala de su más bella plenitud. No quiero marcharme, quiero estar aquí sintiendo el roce de la arena en mis pies descalzos.

Ella aparece y desaparece. La veo ahí tan cerca, pero se evapora como un sueño con alas de mariposa.
Sigo aquí sentado esperándola, deseándola. Pero ella va y viene como las olas. El rumor del viento me habla de su vida. El mar brilla sonriéndole a la luna, ella me sonríe ocultándose tras la niebla.

Luna de Octubre.
Luna del membrillo.

Empiezo a sentir el frío de la noche, la humedad del mar se va introduciendo en mis pensamientos entumeciendo la memoria. Decido levantarme y caminar para entrar en calor. Sigo viéndola, la presiento.
Voy andando por la playa, envuelto en mi capa de sayo. Lanzo piedras al vacío de la noche sin ella. Una fuerza desconocida hace que me detenga, caigo al suelo, todo queda en el más absoluto silencio, todo se oscurece.

El membrillo.
Luna de Octubre.
Carretera sin final.

Voy en un coche, conduzco alegre al ritmo de una sinfonía, melodías que danzan en el interior creando pensamientos alegres, un coche me adelanta. Como único ocupante una mujer que conduce ensimismada en sus asuntos, imagino. Sin intenciones de ningún tipo seguimos nuestro camino. De repente jugamos al gato y al ratón. Ese rostro ¿dónde he visto esa cara, dónde esos ojos?

El membrillo,
la luna, el mar,
esa mujer...

En el oeste el sol lanza sus últimos rayos sobre algunas nubes solitarias. En el este, sobre los llanos de La Mancha, se levanta poderosa la luna en su plenilunio iluminando los viejos molinos de viento, ¡aquellos gigantes! A mí lado, en el asiento del conductor está ella. Hablamos de Federico, de Cohen y de Pequeño Vals Vienés mientras contemplamos alegres los colores que pintan el sol y la luna sobre el lienzo del cielo.


¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals, este vals del "Te quiero siempre".*


La oscuridad desaparece. Estoy helado, tiemblo de frío. El mar sigue acunando a la luna. Haciendo un esfuerzo me pongo de pie y echo a andar. Siento una extraña redondez en mis manos.

Amarillo va el membrillo
Por caminos imaginarios.
Amarilla va la Luna
Por un mar solitario.
© Salvador Moreno Valencia

*Versos de Federico García Lorca: Pequeño Vals Vienés